El músico turco tocó un buen número de instrumentos y se acompañó de un grupo de cinco músicos tan prodigiosos como él./ ESTEBAN
Sociedad

Puerta abierta al Mediterráneo

El numeroso público que se dio cita en La Atalaya se rindió a las melodías y la emotiva voz de Omar Faruk, el dominio de la percusión de Arto Tuncboyaciyan y el virtuosismo de la banda

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«Es el Camarón turco», decía una de las asistentes al concierto que el jueves por la noche ofreció el virtuoso Omar Faruk en los jardines de La Atalaya. Y es que el sentimiento, la emoción, la prodigiosa voz del músico afincado en EE UU hicieron que las fronteras cayesen y que sus melodías, deudoras del folklore de su tierra, recordaran al quejío flamenco, al pellizco del buen cante.

Elegante y sobrio, flanqueado por sus cinco músicos, todos de riguroso negro como él, Faruk apareció en el escenario con suavidad y saludó respetuoso al público. Y empezaron a sonar los acordes de sus canciones, ésas que hacen pensar en el Mediterráneo, que apelan al interior de cada uno, que se meten por dentro y agarran las entrañas, que cuando suben de ritmo hacen que los asistentes se dejen llevar sin resistencia, que lograron que los muchísimos jerezanos que acudieron al concierto acabaran rendidos a la maestría de Faruk y de sus cinco músicos.

Las canciones de Faruk hablan de paz y armonía, como los mensajes que lanzó al público al reclamar respeto y sintonía entre las culturas y las religiones. «Después de todo, sólo hay un sólo Dios, el mismo, que está en los árboles, en las piedras, en todo...», remarcaba antes entonar canciones como Sufi y de dar paso a los grandes momentos con los que nos regalaron sus acompañantes a la guitarra, a la percusión, con los teclados durante más de dos horas.

Los dedos mágicos de su banda volaban y también lograban arrancar emotivos lamentos al rasguear las cuerdas del kanun. El público asistía hipnotizado y entregado a esta explosión de virtuosismo que arrancó acompañamientos de palmas y unos encendidos «oles» de entre el patio de butacas.

Son los mismos «oles» que después devolvió en forma de guiño la otra estrella de la noche, el armenio Arto Tuncboyaciyan, al bromear con una divertida canción en la que se lanzó en inglés con un deje pseudo flamenco.

Tuncboyaciyan, al que Faruk se refirió como «hermano y amigo», que aprendió con los mismos maestros y que como él vive también en EE UU, trajo con su salida a escena un toque de locura, la distensión y un portentoso dominio de la percusión y del escenario. Incluso aportó notas de color al prescindir del vestuario monocorde.

Pero ahí acabaron las diferencias, porque el armenio acompañó con maestría las canciones de su colega -aunque también tocó alguna propia-, y se adaptó como un guante al espíritu de la noche en la que el turco fue introduciendo a todos poco a poco. Sí, también para Tuncboyaciyan la música rompe barreras, aleja conflictos y disputas nacionales y es una herramienta de unión. Hasta en eso coincidieron.