EL ARTÍCULO

Sospecha

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Como la mayoría de la gente normal, me cuento entre los partidarios de declarar la guerra sin cuartel a la pederastia, inicua bajeza al parecer bastante extendida entre algunos miembros de esta rara especie humana. Una sola criatura en peligro justifica todos los espionajes informáticos, las redadas policiales nocturnas con allanamiento de morada y las sentencias judiciales más severas. Sin embargo siempre hay límites.

Uno de ellos lo ha marcado Philip Pullman, un escritor inglés sin perversiones ni extravagancias conocidas aparte de la de hacer novelas de éxito. Hasta ahora Pullman participaba con interés en esos programas educativos que pasean a los escritores por colegios e institutos para fomentar los hábitos de lectura.

Pero ha anunciado que dejará de hacerlo como no cambien la norma según la cual a partir del curso próximo todos los profesores, empleados y voluntarios británicos que trabajen con niños habrán de someterse a controles para no ser incluidos en un registro de pedófilos. La sospecha no es un buen punto de partida en la prevención del mal. En recta pedagogía, al niño hay que educarlo inculcándole unas dosis parejas de precaución y de confianza.

Por un lado conviene prevenirle de ciertos riesgos como el de cruzar la calle con el semáforo en rojo o el de aceptar caramelos de desconocidos, y por otro enseñarle a ser sociable, no tener miedos y creer en la bondad de sus maestros, incluida la seño de la vara ligera. De otro modo tal vez consiguiéramos que llegasen a adultos sin que nadie les tocase un pelo, pero también cargados de recelos. Lo que está en juego es una visión del mundo como jungla habitada por criminales.