JUAN BONILLA | ESCRITOR

«El humor es el flotador que nos salva de hundirnos»

El autor jerezano se consolida en el relato con 'Tanta gente sola', su último libro

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No es de los que se prodigan. Juan Bonilla (Jerez, 1966) prefiere perderse en un viaje lejano, en cualquier librería o en casa, tras el ordenador. De sus teclas han salido novelas, poemas, ensayos y, sobre todo, narraciones breves. Es donde más a gusto se siente. Ahora vuelve a demostrarlo en Tanta gente sola (Seix Barral), una serie de relatos que le consolidan en el género y en los que el escritor gaditano recurre de nuevo a la soledad característica de sus obras, pero también a la frustración, el amor o las obsesiones. Como el resto de sus trabajos, todos rezuman esa pasión por la literatura que hacen de Bonilla un escritor con marca propia.

-¿Qué tiene la soledad que le atrae tanto?

-Supongo que es un terreno muy fértil, tanto para el drama como para la comedia. Yo creo que en mis cuentos hay muchos solitarios porque hay mucha gente a la que le gusta hablar sola, a la que le cuesta comunicarse y a la que le resulta fácil caer en las obsesiones. De todas maneras, no creo que mi tema más recurrente sea la soledad: bien mirado, la soledad del que se queda solo y abandonado y se da lástima de sí mismo no me interesa. Creo que mi tema más recurrente es la perplejidad ante el mundo, ante los fantasmas que se nos aparecen, ante los deseos que nos aniquilan, ante la gran derrota de no ser el que queríamos ser y haber pactado con la realidad para poder soportarnos.

-Pero hay un hilo común.

-Si hay algo en común entre los personajes es una especie de actitud de rebelarse, hasta llegar a la paradoja máxima del relato del récord Guinness, en el que el protagonista convierte todos sus fracasos en su mejor éxito al coleccionarlos; o el de quien padece el síndrome de Frégoli, que convierte una enfermedad en una gran victoria porque ve a la mujer que quiere en todos los rostros; o el del tipo que se obsesiona con su novia en Internet; o el del poeta que televisa su muerte... Hay una actitud en muchos casos disparatada y tremenda, pero no de fracaso.

-Vuelven a ser personajes con los que es difícil identificarse. ¿Por qué se decanta por ellos?

-No creo que la aspiración máxima de la literatura sea que el lector se sienta identificado, al menos así lo entiendo yo como lector. Me suelen gustar los personajes con los que es imposible identificarse, como Humbert Humbert, o incluso el fundamentalista máximo Don Quijote.

-¿Pesa más el lector que el escritor?

-Yo me siento fundamentalmente lector, lo de escritor es más una prolongación natural. Cuando uno se convierte en escritor es porque ha sido un asiduo lector.

-¿Por eso quizás cultiva tantos géneros? ¿Cómo se ve en un país en el que priman tanto las etiquetas?

Me resulta extraño que todavía sorprenda. Me parece que lo natural es que un escritor practique diferentes géneros. Es como si se le preguntara a un arquitecto por qué hace edificios de viviendas y palacetes y por qué diseña sofás o hace maquetas de cementerios: está entre sus posibilidades, dispone de una serie de herramientas y destrezas que se lo permiten. A los escritores les pasa igual: los géneros no están ahí para que optemos por uno contra los otros, sino para que los utilicemos según nuestras necesidades. Es absurda la necesidad de etiquetar, no poder ser bueno en dos cosas. Que Borges fuera un buen cuentista no impidió que fuera un gran ensayista o un gran poeta.

-Y si le llaman cuentista, ¿cómo se lo toma? Porque sigue teniendo una connotación negativa...

-Sí, tiene una connotación absolutamente negativa. Pero a mí me gusta, porque es el único género literario que no tiene una definición propia. A las novelas se les llama novelas y a las obras de teatro, dramas o comedias, pero al cuento se le puede llamar cuento, narración, relato, fábula, microrrelato... Es el género más libre. Claro que hay que luchar contra el lenguaje común: al que se tira en el área simulando un penalti no se le llama dramaturgo o novelista, se le llama cuentista. Al que dice que le duele la cabeza para no cumplir con un compromiso, no se le llama ensayista o poeta, se le llama cuentista. Al que vive de la nada, se le dice que vive del cuento. De todas formas, poco a poco se va normalizando el hecho de que un cuentista no sea el que le toma el pelo a los demás sino el que escribe cuentos.

-¿Y es donde se siente más a gusto?

-Sí, es donde estoy más a gusto, nunca lo he dejado. Con ritmo pausado de tres o cuatro años, pero siempre he estado escribiendo relatos. Igual que mi última novela es de 2003 y no parece que en 2010 o 2011 vaya a publicar una nueva, relatos he escrito siempre.

-¿Le resulta más fácil?

-No precisamente. Es más, quizás sea uno de los géneros más complicados. Lo que ocurre es que es el que mejor se adapta a mi forma de estar en el mundo. Me permite jugar con muchas situaciones, personajes e incluso épocas distintas. Por mucho que tardes, la primera versión de un relato la puedes tener en quince o veinte días. Cuando te metes en una novela es como ir a la oficina, trescientas páginas no se escriben solas. Me sosiega saber que hay diez historias completamente distintas, y que incluso me puedo disfrazar de diez escritores distintos y con diferentes tonos, lo que en una novela no podría hacer.

-¿Se siente como un actor que se disfraza cuando escribe?

Algo de eso hay. Aunque, más que disfrazarme, yo diría que es un género que me permite jugar, por eso me gusta. De todas formas, al final, la voz personal se acaba imponiendo porque uno, no sé si por narcisismo o por qué, quiere que le identifiquen. Compensa, me parece el mayor de los elogios.

-Como ver un picasso, pues leer un bonilla...

-(Risas) Sí, yo creo que inevitablemente es difícil escapar a eso. Por ejemplo, yo no he sido un buen lector de relatos de terror, de ciencia-ficción o de fantasía pura y, por lo tanto, no lo reflejo en mis obras. Las historias y los personajes que me interesan son los que tienen un punto de desvalidos o situaciones un poco absurdas que intento tratar con humor. Desde un torturador argentino hasta un poeta en una despedida de soltera tienen un hilo común que es la voz de quien lo está contando. Supongo que esta marca de la casa es inevitable.

-Y ese humor característico, ¿lo utiliza para hacer más soportables todas esas situaciones?

-Absolutamente, en los relatos y en la vida misma. El humor es el flotador que nos salva de hundirnos, y en mis relatos ocurre igual. Sin humor, no se va a ninguna parte; y con humor a menudo tampoco, pero por lo menos te ríes de tu sombra. Es una herramienta indispensable sin la cual no podría escribir.

-Alguna vez ha tenido que hacer una selección de sus obras. ¿Cuesta? Por ejemplo, de Nadie conoce a nadie ha dicho que es una de sus peores novelas...

-Uno no puede ni debe nunca mentirse a sí mismo, y tampoco a los demás. Nadie conoce a nadie es una novela absolutamente fallida. No lo digo por criticarme a mí mismo sino por homenajearme. De los errores se aprende. En las solapas de nuestros libros, los escritores vamos borrando obras que escribimos hace tiempo y ya no nos satisfacen, y la manera de corregir nuestro propio pasado es borrarlo de las solapas. No sé si sirve de algo, pero es un gesto que dice mucho. Yo siempre he dicho que a 'Nadie conoce a nadie' le agradezco el poderme haber permitido vivir de la literatura. Tuve muchísima suerte porque la contrataron antes de escribirla y luego la llevaron al cine. Le estoy muy agradecido, pero eso no impide que no me sienta especialmente orgulloso de ella.

-Está muy de moda llevar las novelas a la gran pantalla. ¿Cree que cine y literatura pueden beneficiarse?

-Hay obras en las que no sé si realmente ayuda. Por ejemplo, cuando adaptaron El nombre de la rosa todo el mundo había leído ya la novela. ¿Ayuda el cine a la obra? No estoy muy seguro. En algunos casos ocurre lo contrario, es el libro el que ayuda a que se haga el filme. No estoy muy seguro de que las películas de Harry Potter hayan conseguido más lectores y sí estoy seguro de lo contrario. Millones de los lectores han visto la película porque han leído los libros. En otros casos ayuda. En el mío, por ejemplo, ayudó.

-También depende de cada obra...

-Sí. Contra lo que se dice, en esta relación de padre e hijo, el fuerte es siempre el libro. Pero no se puede generalizar porque también es verdad que muchas novelas malas han dado buenas películas, y al revés. Es un tema peliagudo. No recuerdo quién dijo que la relación entre cine y literatura es como buscar una tienda en el centro de Londres con un plano de París.

-Precisamente, usted es un amante de los viajes. ¿Ayudan a la hora de construir una historia?

-Bueno, cuando estoy viajando no se me ocurre escribir. Pero, desde luego, en los viajes te encuentras muchas historias que al final acabas utilizando.

-Son una fuente de anécdotas...

-¡Están llenos! El propio viaje es una especie de estado de excepción en tu vida. Tus horarios son distintos, te atreves a hacer cosas que en tu ciudad jamás harías, visitas sitios a los que en tu ciudad no irías. Donde vivo no se me ocurre entrar a una iglesia y, sin embargo, salgo y lo hago. (Risas)

-La literatura es un poco eso, ¿no le parece?

-Totalmente. Es una buena definición. Una forma de distinguirse del ciudadano cotidiano.

-Y usted que se ha sentido así en muchas ocasiones, cuando echa la vista atrás, ¿nota una evolución?

-Supongo que sí. Yo juraría que escribo mejor ahora. Estoy más depurado, me gustan menos los adjetivos, me voy menos por las ramas.