CALOR. Un grupo de hombres dando cuenta de una cervezas y unos refrescos para combatir las elevadas temperaturas. / C. O.
calle viva | avenida torresoto

Sencillez jerezana

Hace ya varias décadas que por esta conocida travesía pasaba el antiguo tren que conectaba directamente esta ciudad con la vecina de Sanlúcar de Barrameda

JEREZ Actualizado: Guardar
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El calor parece que quiere hablar. Y entre el ruido de la chicharra se presagia una voz de ultratumba que dice: «Ya llegué ¿Me echábais de menos? Nadie parece hacerle caso por su insolencia. Pero lo cierto es que las aceras comienzan a recalentarse con la llegada de la mañana y huele a remolacha tostada. Ese olor tan característico de la azucarera que todavía queda en Jerez y cuyos vómitos de humo llegan hasta el viejo barrio de Torresoto. Cuando las noches son insoportables, aparece ese olor. Y una especie de neblina conquista la avenida. La remolacha en rodajas, roja sangre de toro y en tarros de cristal, dirán los vecinos. Aquí lo que pega en estos días de bochorno es una sandía bien fresquita. Y para eso está Mercedes y su hermano, que tienen una animada frutería en una esquina de la avenida de Torresoto. Ya saben, ese lugar donde todos entran y se van bien servidos. «Intentamos que el cliente compre barato y se lleve buenos productos. Tanto es así que los traemos de nuestra huerta sanluqueña», afirma Mercedes. La frutería se llama Albaicín, y en un lateral hay una Virgen de Las Angustias, que es patrona de Granada. Pero Mercedes y su hermano son más sanluqueños que las aguas del Guadalquivir cuando pasan por Bonanza. Por tanto, buena gente. María Ríos lo puede atestiguar. Es una señora de que lleva toda la vida en el barrio y que no pasa un día sin que vaya a la frutería a comprar, si acaso, una manzana. Mercedes, que parece que lo sabe todo, echa una manita, como quien no quiere la cosa y en la bolsita de María va también un tomate, y unos pimientitos y una cebolla. «Son de regalo, María», comenta. Y así es cómo María Ríos ha llegado a componer bellos párrafos de palabras en un panegírico sencillo pero con sentimiento donde dice que «esta frutería tiene que prevalecer por …». Y ahí queda la cosa.

Justo enfrente de la frutería del Albaicín está la confitería de Hawai. Que nadie piense en camisas floreadas ni en colgantes hechos con margaritas. Se trata de la confitería más famosa a varios metros a la redonda. Y si no, que alguien coja un taxi y le diga al taxista que le deje en Torresoto, en la confitería Hawai. Ya verá cómo no hace falta conectar el GPS. «La cosa está de aquella manera, chico –comenta Isabel López–. El paro se está dejando notar. Mucha gente que trabajaba en la construcción… y ahora ya ves», asegura. Del Albaicín a Hawai hay un buen trecho, pero en la avenida de Torresoto las fronteras están simplemente cruzando de una acera a otra. «El nombre se lo puso mi cuñado hace veinticinco años. No me pregunte la razón. Es que mi cuñado es muy fantástico», argumenta Isabel. Así que dejamos la pequeña confitería donde hay de todo, especial mención a los refrescos y las cervezas. A continuar buscando vida bajo el sol radiante de Torresoto.

Seguimos la senda por donde hace años estaban las vías del ferrocarril. Jerez, hace algunas décadas, estaba comunicado con Sanlúcar por medio del tren. Por allí pasaba el ferrobús y a la altura de lo que hoy es la glorieta del Consejo de Europa había un pequeño apeadero. Pero en Torresoto hace años que no se escucha el sonido de la máquina de carbón ni el chiflido de la locomotora.

Justo al borde está el bar El Torero. Es amplio y hay una mesa de billar. Colgadas en las paredes algunas pinturas de los dos iconos de la clientela. Por un lado Camarón de la Isla y por otro Rafael de Paula. Diego Ruiz está sirviendo cervezas bien frías. Ya llegará el invierno con sus copas de anís. «Mi abuelo quiso ser torero y nos viene de familia. Por eso mi padre le puso al bar El Torero. Pero aquí apenas hay afición. Preferimos el blanco de los colores del Madrid», afirma. Las fichas de dominó se resbalan por una mesa desgastada bajo el vocerío de los clientes que, según dice Diego «no bebe ninguno. Así que ya ves el negocio que hacemos». Juan Manuel Gassín, un cliente fijo del bar que también ha trabajado detrás del mostrador, se muestra amable y nos cuenta algunos episodios del barrio y sus circunstancias. «Hazme una foto, hombre», solicita cuando acaba su impresión del barrio jerezano.

Cruzamos la acera y nos vamos al Torero II. Esto del toreo ha calado hondo en Torresoto. Sin embargo no vemos a los chiquillos jugando al toro ni cosa que se le parezca. Suena el cante de Paco Toronjo por aires choqueros. Especialidad de la casa. «Somos el bar de los pescadores, también», comenta Juan Miguel Ruiz. Al fondo del mostrador hay una gran pantalla de televisión que no está dando la Copa Confederaciones, ni tan siquiera tiene puesto un canal de música con los cuarenta principales. Aquí suena Paco Toronjo. «Muy aficionados al cante, amigo. Aquí el que no le guste el flamenco está de sobra», asegura Juan Miguel. Los clientes apuran la cerveza y miran de reojo. Hablan del Torresoto de otros tiempos, de las gentes de bodega que vivían en el viejo barrio y de cómo eran aquellos duros tiempos.

Pero el calor no perdona y hay que tomarse otra cervecita. Tanto es así que la mañana pasa sin darte cuenta. Entre cantes por bulerías porque ahora Juan Miguel ha puesto un DVD de Bernarda y Fernanda de Utrera. «Tampoco tiene que hacer calor en Utrera ahora, quillo», sentencia uno. Apura el vaso y se larga.

Así es Torresoto. Popular, cercano, alegre. torero y flamenco. Con muy buena gente. Sencillo y humilde. Grande por tanto. Ya no pasa el ferrocarril, pero ese recuerdo a Jerez puro no se ha ido por mucho tiempo que haya pasado sin que suene la locomotora del tren.