El morlaco tumbado en la arena y el torero que acude a su auxilio: nuevas formas de la tauromaquia para inválidos./ FRANCIS JIMÉNEZ
FICHA:

Toros carentes de casta y de poder permiten el triunfo de la terna

Octavio Chacón y Canales Rivera salen a hombros en un festejo marcado por el nulo juego del ganado

| CHICLANA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La escasez de casta y la absoluta falta de fuerzas y de poder de los seis ejemplares de Vilariño lidiados ayer en Chiclana marcaron de forma inexorable el anodino devenir del espectáculo. Corrida que contó con el inconveniente añadido de una inusitada fuerza eólica, que hacía volar los engaños, descubría inesperadamente a los toreros e incomodaba en exceso a la concurrencia. Condicionantes que no constituyeron óbice para que el festejo se encauzara por la senda habitual del triunfo y la apoteosis numérica de apéndices cortados.

Pero, salvo aislados detalles, el verdadero relieve, el auténtico brillo artístico parecieron ausentes del coso de La Longuera durante las más de dos horas de corrida. Cuando los toros no transmiten peligro y aparecen disminuidos de pitones, de casta y de movilidad, se hace muy complicado saborear pasajes de sincera bizarría y pureza toreras. Hasta tal extremo llegó la invalidez de los astados que incluso se vivieron episodios inéditos en la tricentenaria historia de la tauromaquia.

Así, cuando Octavio Chacón citaba de rodillas al segundo de la tarde, éste perdía las manos a la salida del pase para quedar también arrodillado sobre el albero. Estampa de compartida penitencia, de orante actitud de toro y torero, en la que uno parecía suplicar por terminar la pelea y otro para que su enemigo mostrara algo más de brío en sus acometidas. Pero no acabaron ahí las imágenes singulares que regaló la tarde: el tercero de la suelta se derrumbó en pleno trasteo, cayó rodado en la arena.

Acercamiento carnal

Y David Galán, tal vez movido por la desesperación de tan rotunda claudicación, en un gesto sin precedentes y ante la mirada tan jocosa como atónita de los tendidos, optó por acostarse sobre el toro. Lo nunca visto, la recia lid de la tauromaquia transformada en un acto de acercamiento carnal entre especies. Ya que el toreo resulta imposible frente a animales que se desploman en la pelea, ensayemos, pues, otras variantes de la fiesta para que ésta pueda continuar.

Recuperada la posición erguida por ambos, el diestro prosiguió con su vano intento de lucimiento en prolongada porfía, hasta el punto de escuchar un aviso incluso antes de asir la tizona. Previo a la singular escena sobre el albero, el malagueño había acertado con las distancias y demostrado ortodoxia y ligazón en muletazos a media altura. Cerró plaza un castaño bocidorado que, para sorpresa general, salió al ruedo con muchos pies y rematando de forma continua en los burladeros. Pero finalizado el tercio de varas, se dio también por terminado todo el derroche de casta que generó la corrida. El toro llegó agotado y parado a la pañosa de Galán, sin capacidad física para repetir dos embestidas seguidas, A pesar de ello, de no haber marrado con estrépito con los aceros hubiera acompañado en la salida a hombros a Canales y Chacón.

El primero de ellos, ante oponentes de escaso brío y ninguna transmisión, elaboró bulliciosos trasteos basados en el toreo en redondo, en los que alternaba momentos fluidos y templados con otros más embarullados y viscosos. Vicisitud similar padeció Octavio Chacón con su lote de animales desrazados e inválidos. A pesar de lo cual, en su actuación se pudieron percibir destellos de su excepcional clase y ortodoxia toreras, demostrada con su elegante manejo capotero y con el temple y sabor de algunos muletazos. Tras estoquear al quinto, por el que había resultado volteado al intentar un molinete, el usía, bajo atronadotra presión popular, premió su labor con las dos orejas. Con lo que se rompía la digna impavidez demostrada hasta ese momento por la presidencia.