Sociedad

La fama más comprometida

Los nuevos millonarios se apuntan a la moda de donar parte desus fortunas a causas filantrópicas

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¿Qué haría con una fortuna de más de 29.000 millones de euros? Piense bien. Esa suculenta cantidad da para no preocuparse de la subida del euríbor, premiarse con todos los caprichos imaginables y dejar a los herederos bien provistos de recursos. Esta pregunta se la puede hacer Bill Gates todas las mañanas porque él atesora esa astronómica fortuna, que en dólares asciende a 42.000 millones, según la prestigiosa revista Forbes. Pero, ¿le remorderá la conciencia amasar tanto dinero? Parece ser que sí, porque el cofundador de Microsoft ha destinado desde el año 2000 más de la mitad de su riqueza a financiar la fundación que preside junto a su mujer, Melinda. Una entidad centrada en la lucha contra las enfermedades infecciosas y para impulsar las mejoras educativas en los países deprimidos. Además de figurar muchos años consecutivos como el mayor potentado del mundo, Gates ostenta el honor de haber encabezado la última moda entre los más ricos y famosos: la filantropía. ¿Por interés mediático o por un auténtico sentimiento de deuda hacia la sociedad?

Estos nuevos benefactores son un ejemplo de generosidad y responsabilidad social cuando, en lugar de despilfarrar sus ahorros, los dedican a causas altruistas. Programas de donación como los de Pierre Omidyar (fundador de e-Bay) y Gordon Moore (ex directivo de Intel) se están extendiendo como modelo en todo el mundo capitalista. Es la ética de los nuevos multimillonarios. El mexicano Carlos Slim, el tercer hombre más rico del planeta, representa uno de esos ejemplos: preside una decena de organizaciones benéficas en América Latina.

No es necesario, sin embargo, poseer las mayores fortunas para capitanear una causa solidaria. El inversor George Soros, que entra por los pelos entre las cien mayores fortumas del planeta (ocupa el puesto 97), ha donado más de 3.500 millones de euros a actividades relacionadas con la mejora de las sociedades modernas. Ingvar Kamprad, el fundador de Ikea, lleva una vida tan discreta, en las antípodas de la escandalosa Paris Hilton, que no hace públicas ni sus actividades benéficas.

El fenómeno del ricachón que lava con obras de caridad su conciencia tiene su origen en Estados Unidos, pero ya ha cruzado el Pacífico. En Asia, donde sólo saben hacer las cosas a lo grande, la clase empresarial emergente cuenta ya en su nómina con ricos filántropos de la talla de Li Ka Shing, el chino más adinerado. Este sagaz hombre de negocios ha financiado la Universidad de Shantou, cerca de su ciudad natal, y numerosos proyectos educativos y sanitarios. Mister Money, como le llaman, no puede olvidar que su padre falleció porque su familia no podía hacer frente a los gastos médicos de su enfermedad.

La ecomillonaria Anita Roddick, fundadora de Body Shop, legó su fortuna al morir a Greenpeace y a Amnistía Internacional. Pero si hay que destacar una figura, ésa es la del fundador de Windows. El pasado año, Bill Gates abandonó la presidencia del gigante informático para dedicarse a gestionar en exclusiva la Fundación Bill y Melinda Gates. «Le admiro porque podría dedicarse a disfrutar de sus logros sin buscar compromisos sociales en una cultura, la estadounidense, que valora tanto el éxito individual», sostiene el filósofo Carlos Blanco, famoso también por sus colaboraciones televisivas. La fundación de Gates, con 300 personas en plantilla, fue galardonada en 2006 con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

Todo un ejemplo a seguir, pero tampoco ha sido el primero. «No es ningún innovador. Lo que hace es seguir un patrón establecido en EEUU desde finales del siglo XIX y principios del XX, por el cual las grandes fortunas asumen un papel activo en la filantropía. Lo único que distingue a Gates es la escala de su riqueza», explica Joaquín López Novo, profesor de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

Uno de los pioneros de la filantropía moderna fue el empresario del acero escocés Andrew Carnegie, el sueño americano hecho persona. Una de sus más célebres frases fue: «Morir rico es morir desgraciado». Fiel a este principio, con la mayoría de su dinero financió miles de bilbliotecas y escuelas en EEUU y Reino Unido.

Un siglo después, varios magnates han recuperado ese espíritu de restituir a la sociedad un suculento trozo de la riqueza acumulada. «La filantropía es un acto de libertad. Es una expresión de gratitud y, por lo tanto, lleva consigo el placer de dar y compartir. Lo curioso en el caso estadounidense es que, siendo un acto libre, al final se ha convertido en una tendencia», matiza López Novo. Lo que antes se llamaba caridad privada, ahora se conoce como inversión social.

Se calcula que existen en Estados Unidos más de 55.000 fundaciones que trabajan organizadamente para diversas causas solidarias y que reciben más de 88.000 millones de euros al año. Y es que la nueva generación de benefactores trata de rentabilizar al máximo el impacto social de su generosidad, al igual que antes trataron de maximizar el valor de las acciones de sus empresas. De ahí que se acuñe un nuevo término: el filantrocapitalismo.

España, más retrasada

De todas formas, es digno de alabar que los nuevos multimillonarios yanquis consideren una grosería dejar a sus hijos esas fortunas de vértigo que han labrado. «Si el dinero no sirve para compartirlo con los demás, entonces ¿para qué sirve?», opina el segundo hombre que más dinero posee en el planeta, Warren Buffet, un genio de Wall Street y socio del cofundador de Microsoft en sus proyectos filantrópicos. «Lo que se hace con el dinero hay que hacerlo cuando uno está vivo», pregona el Oráculo de Omaha y principal accionista de Berkshire Hathaway. Y qué mayor ejemplo que donar el 85% de su fortuna (cerca de 22.000 millones de euros) a la fundación de Gates.

También los grandes donantes españoles han vuelto la vista hacia Estados Unidos. Pero las iniciativas individuales se pueden contar con los dedos de la mano. Ramón Areces, el fundador de El Corte Inglés, fue uno de los primeros en revertir a la sociedad parte de sus enormes beneficios empresariales. Por su parte, el presidente de Cobega, Francisco Daurella, ha liderado una apuesta por el arte contemporáneo; y Javier Gomá dirige la Fundación March, que trabaja en el campo de la cultura humanística y científica. En total, existen 8.000 corporaciones altruistas españolas y, entre ellas, la del único español que aparece en el top ten de los más ricos del planeta, Amancio Ortega, encaminada a promover la innovación educativa.

¿Por qué en España vamos con retraso? «El capitalismo español ha sido más pacato. Pero también hay un factor cultural: la percepción de la riqueza como un patrimonio familiar y ligada a los herederos. Mientras que en EEUU está unida a un individualismo responsable y se percibe como algo que corrompe. Es decir, los americanos son hostiles a crear dinastías. Y España debe ponerse en esto al día», razona López Novo.

De momento, los gurús de la filantropía maquinan cómo cumplir con sus obligaciones de ricos. Y preocupados por la galopante crisis, un amplio grupo de ellos se reunió en secreto recientemente para impulsar las donaciones. El encuentro tuvo lugar en la mansión Rockefeller y congregó a rostros colocidos como los de Bill Gates, Warren Buffet, la presentadora de televisión Oprah Winfrey; el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, el magnate de la comunicación Ted Turner y el inversor George Soros, según publicó el diario británico Daily Telegraph. Todos ellos sugirieron varias ideas para mejorar el mundo. ¿Lo conseguirán?