lo que yo le diga

Geografía de la muerte

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Uusted tampoco votó ayer. Estrasburgo pilla muy lejos y la barra del Manteca coge más a mano. No es una cuestión de desidia ni de irresponsabilidad política. El Parlamento europeo es como el Senado español, nadie tiene muy claro para qué diantres sirve. Y claro, ¿qué se le ha perdido a uno en un colegio electoral cuando sabe que en la taberna le esperan una cerveza fresca y unas sabrosas anchoas? Sí que nos afectan las decisiones de la cámara de la UE, pero qué lejos está.

Pasa como con los muertos. En estos últimos días han habido matanzas en una mezquita de Paquistán, entre altos cargos del nuevo Gobierno de Guinea–Bissau y 20 policías muertos en una protesta indígena en Perú. Unas masacres importantes. En México murieron 35 niños en el incendio de una guardería que estaba en un polígono industrial. Sucedió en la madrugada del sábado. Unas reseñas en los informativos de la tele –en las cadenas que le dieron hueco– y apenas unas breves informaciones perdidas en las páginas interiores de Internacional de la prensa escrita.

Qué miserables somos. Normal. Si nos sitiéramos afectados por cualquier suceso lejano del mismo modo que algo que nos coge de cerca, nos pasaríamos el día sangrando por los ojos. Pero menuda bochornosa forma de protegernos de los dolores lejanos. Donne decía que la muerte de cualquier humano nos empequeñece a todos un poco. Esto debe de ir en función de la proximidad. Si el interfecto es un familiar, amigo o conocido nos sentimos menguar. En otro caso, ni nos inmutamos. Quizás seamos más avestruces que hombres. Lampamos por salir de la crisis mientras la mayoría del mundo nunca conoció tiempos mejores.