La plaza de Las Viñas es un lugar de encuentro para muchos vecinos donde además se transmite la cultura popular. /ESTEBAN
Jerez

Una plaza con sabor a puro barrio

El barrio de Las Viñas fue construido en el año 1968 y siempre se ha caracterizado por ser uno de los enclaves más castizos, tradicionales y populares de toda la ciudad

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La plaza no es muy amplia, pero la actividad no cesa durante toda la mañana. Está rodeada de jacarandas con flores moradas y por dos guayabos de troncos gruesos. En el centro de la plaza hay dos palmeras sin dátiles y, al fondo, está la tienda de Pepota. Ella sí que sabe historias del barrio. Entramos en su tienda de «hay de todo» e inmediatamente comienzan a levitar las historias de Las Viñas. «Te podría contar tantas cosas de este barrio. », sentencia Pepota. Esquiva como puede a las clientas y se acerca a un rincón de la tienda. «Mira cómo suena el suelo. Lo ves, se escucha hueco. Aquí justamente estaba el pozo de la huerta de Mercedes. Esto no era más que un campo sembrado de tomates y lechugas. Ahí atrás estaba la casa y aquí el pozo. O sea, que aquí no tenemos problemas sequía», afirma Pepota riendo.

Si el curioso prefiere escuchar a la plaza, entonces lo más aconsejable es sentarse en uno de sus banquitos y esperar que la vida aflore por sí sola. No tardará mucho en dar señales de vida. A los pocos minutos verá al camión del reparto de los pollos, y si te sientas más temprano aparece siempre la furgoneta del Bimbo. O los Danones. Un señor parece que vende pescado fresco. Abre el maletero de su vehículo particular y saca un kilo de boquerones. Después cierra la puerta, mira de un lado a otro para cerciorarse que no hay moros en la costa, levemente pregona que tiene pescado fresco de la bahía y entrega la mercancía a una señora. Después de insistir media docena de veces a media voz, desiste. Arranca el motor y se va con la pescada a otra parte.

Trabajadores de la construcción desocupados recorren las aceras, señoras cargadas con las bolsas de mandaos, una chica que pasea un perro muy alterado, alguien que llama al portero automático. Bienvenidos a Las Viñas. Sabor a barrio puro.

Problemas

Pero no todo es armonía en el viejo barrio jerezano. Josefa Infante nos informa que «antes había muchos niños recorriendo las aceras. Esto era un hervidero de vida. Ahora ya ves. Muchos vecinos han fallecido y tenemos gente nueva. Buena gente, eh. Pero ya no es lo mismo». Una chica se nos acerca y piensa en los que ya no están. «No hemos perdido nuestra identidad de barrio, pero las cosas han cambiado. Yo llevo toda la vida aquí. Mi madre me sacaba a esta plazoleta a jugar. Ahora los niñitos de hoy en día son distintos. Muchas motos. Muchas carreras por las aceras, no se puede estar aquí cuando cae la noche y se meten por los rincones. Es una pena», subraya.

Pepota, que se podría decir que es casi alcaldesa de la plaza, conoce bien el medio. «Esto es un barrio muy tranquilo. Con problemas, como los hay en cualquier lado. Pero aquí somos todos como una familia. Mira yo llevo ya muchos años con el negocio abierto, y mis clientas son como familia. Me cuentan sus cosas y yo las mías. Aquí no tenemos apenas secretos», argumenta. «Quiero que comentes que aquí no nos comemos a nadie. Que hemos pasado momentos malos. Las drogas y todo eso. Pero que Las Viñas es un gran barrio», exclama.

Nadie lo duda. Buena gente. Sabor a barrio puro y a Jerez auténtico. Un barrio que se construyó a finales de los años sesenta. Muchos recuerdan aquellos maravillosos años y el año 68, cuando entregaron las llaves. Familias cargadas de niños que por primera vez comprobaban que de un grifo salía agua. y que además era potable. Personas que venían de la vida infrahumana de los corrales y las casas de vecinos. Algunos aprendieron a vivir con esa intimidad de un dormitorio propio de la que nunca disfrutaron porque en una habitación dormían siete personas juntas. Un cambio que mejoró muchas vidas. «Yo he criado a mis nueve hijos aquí. Me siento orgullosa de mi barrio», sentencia Josefa Infante que llegó la primera al bloque dejando atrás un maldito corral en la calle de Los Barqueros, en los tuétanos de La Plazuela.

Zulema es el antiguo nombre de Grazalema en la dominación musulmana. Ese es el nombre del negocio de Juan Román que lleva desde el año 78 en la plaza con su negocio de alimentación. «Y que podamos seguir muchos años más, hijo», afirma. Unas latas atún por aquí y unas golosinas por allá. Juan tiene cara de ser un buen tipo. Qué duda cabe. Nadie con malas artes puede sobrevivir en un barrio con tanto arte como el de Las Viñas. «Soy lector vuestro. En la tienda no falta ni un día LA VOZ», asegura mientras nos enseña el ejemplar del día. Lo dicho, este hombre es buena gente. Pero como la tienda se está llenado, mejor será que vayamos a ver a los hermanos Gallego.

Virtudes

Pasen y vean una carnicería como Dios manda. Los expositores son grandes y amplios. Y además la tienda se convierte en potro de tortura de cualquiera que pretenda ponerse a dieta. «Vamos, no te preocupes. Esto es maravilloso para la salud», comenta uno de los empleados mientras saca una manteca colorá con mucho asiento. «Pregúntale a este de la bata blanca a ver qué dice», contesta alguien. Resulta que el señor de bata blanca es un repartidor de viandas de porcino y no un especialista cardiovascular.

Miguel y Juan Gallego son hermanos y comandan esta magnífica carnicería desde hace treinta y siete años. Poco después de abrirse las puertas del barrio. «Esto es una maravilla», comenta Miguel. La abrió Virtudes, que era la madre de los hermanos. Y del negocio familiar la cosa ha ido creciendo hasta llegar a ser mayoristas de unas hermosas terneras retintas con abundantes y sabrosas carnes. «A pesar de haber abierto el negocio, nunca nos iremos de aquí. Fue donde comenzamos y seguiremos estando presentes en el barrio», concluye Miguel Gallego.

Pepota sigue con sus quehaceres diarios en la tienda. Nos habla del arte de los vecinos. Del mucho y buen flamenco que se han oído en el barrio cuando rompía la noche y hacía calor. Nos enseña los misterios y nos recuerda de que «este es un gran barrio». No hace falta asegurarlo. Las Viñas es Jerez con sabor a barrio puro.