LA CASA PUERTA

¡Vándalos!

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Desde la llegada a España en 409 d.C. de los pueblos germánicos procedentes de la Europa central hasta hoy han pasado mil quinientos años y todavía están vivitos y coleando haciendo la puñeta allí donde pueden. Sin el mínimo respeto ni apego emocional a las cosas de su tierra. Los vándalos silingos, que así se llamaban los que llegron a esta parte del sur de España, continúan saqueando todo lo que encuentran a su paso, incendiando bienes como en Roma y Cartago y quemando motos en barriadas y aparcamientos.

Los vándalos no descansan. Acostumbrados durante toda su historia a saquear, incendiar y destruir, poco bueno o nada sacamos en concreto de su existencia, al menos en Cádiz, que les sirvió de base para su paso a África en más de dos o tres ocasiones. Antes de irse definitivamente en 530-534 d. C. nos dejaron como herencia todo un lastre de maldades y actos destructivos que los vándalos silingos se encargan en continuar. Decir que algo falla suena a cachondeo y es una forma muy insustancial de eludir un entuerto, pero desde luego, algo falla. Algo muy importante y trascendental. ¡Educación! Y como falla la base, resulta que desde abajo hasta arriba, o viceversa, el sistema social actual está dominado por un vandalismo salvaje y galopante donde nada tiene valor ni razón como no sea el puto dinero. Los vándalos silingos gaditanos no tienen perdón de Dios por hacer esas cosas tan feas y tan cobardes a su propia ciudad. Donde nacieron y viven. A una ciudad entristecida y empobrecida que está luchando agónicamente para salir adelante. Para que tú, mamarracho, lo destruyas todo con el vacilón y de nuestros humildes y escasos bolsillos tengamos que pagar entre todos tus gracias y tus chulerías. ¿No te entra nada por dentro ver arder tu ciudad, sus paredes pintadas y sus bancos arrancados? ¡No te da pena!