Esta hermana prepara las banderas para la llegada del Simpecado. /ESTEBAN
Jerez

El Rocío de ayer y de hoy: La Virgen

El autor dibuja a través de sus recuerdos cómo han cambiado la Romería y la Aldea con el paso de los años

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Me piden que hable del Rocío de mis recuerdos, comparándolo con el actual desarrollo de la anual Romería en honor de la Blanca Paloma y enseguida he encontrado la respuesta porque del ayer al hoy, el Rocío es siempre el mismo: la Virgen y si no fuera así, carecería de sentido ya que Ella es motivo y razón de esta singular manifestación de fervor mariano que, cada año, por Pentecostés congrega junto a la Ermita millares de peregrinos llegados desde los cuatro puntos cardinales y especialmente desde todos los rincones de nuestra tierra andaluza.

Claro que ha cambiado el Rocío, desde la década de los cuarenta, del pasado siglo, en que lo pude vivir, siendo niño, por vez primera hasta la actualidad. Ha cambiado la fisonomía de la propia aldea, que se ha extendido hasta límites insospechados entonces, en sus casas, que eran Chozas con cubierta vegetal y hoy, en algunos casos, apuntando a los domicilios de los potentados. Ha cambiado el acceso a la Aldea, que debía hacerse, en las bateas de los camiones, por caminos tortuosos de arena y baches y hoy hasta allí se llega por magnífica carretera. Ha cambiado el ambiente, mucho más auténtico, piadoso e íntimo el de antes que el excesivamente bullicioso y multitudinario de ahora, mercantilizado hasta extremos irritantes con tenderetes, puestecillos, tiendas que hasta parecen boutiques y en las que puede adquirirse desde un traje de flamenca a una chaquetilla corta, además de los botos o el sombrero.

Claro que lo externo, lo superfluo, lo accidental, ha cambiado y en algunos casos para bien ya que en cuanto a seguridad, tráfico, servicios médicos, control alimentario, protección de personas y animales con los Planes Romero y Aldea se ha ganado considerablemente sobre la situación que se vivía en décadas anteriores a la última del pasado siglo, pero quienes tuvimos la suerte de recorrer aquellas calles -por llamarlas de alguna manera- de la aldea almonteña, quienes acudimos al pozo de la Virgen para recoger agua -«pocito del Rocío, siempre manando»- que cantaba la sevillana, quienes pudimos participar en el antiguo Rosario, quienes vivimos la procesión de la Virgen, contemplando el salto en el interior de la Ermita, aquella que desapareció para dejar paso al actual Santuario, naturalmente que añoramos aquello aunque entendamos que lo de ahora era previsible e inevitable. Es más, cabría decir desde la veneración a la Blanca Paloma, que deseable ya que es Ella la que allí nos congrega y a la que acudimos y la que da sentido, principio y fin a una de las mayores manifestaciones de fervor mariano que en el mundo existen.

Por eso ha evolucionado la Romería, por eso y por el paso del tiempo, han cambiado muchas cosas aunque lo esencial permanece y en el Rocío, lo fundamental es esa venerada imagen de la Reina de las Marismas, a la que llaman Blanca Paloma y a la que todos los creyentes saludamos como la Madre de Dios.