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La sucesión de Lula reta a Brasil

El presidente mantiene la apuesta por su mano derecha, Dilma Roussef, pese a la grave enfermedad que padece El partido gobernante baraja otros candidatos y su aliado, el PMDB, maniobra para apartarla de la carrera electoral

| CORRESPONSAL. BUENOS AIRES BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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La candidatura a la presidencia de Brasil de la superministra Dilma Rousseff nació ya débil y se enfrenta a retos de todo tipo. Sólo la inmensa popularidad del presidente Luiz Inácio Lula da Silva garantiza, por ahora, que su elegida, bajo tratamiento por un cáncer linfático, le sucederá efectivamente.

Como jefa de la Casa Civil, la ministra con más poder en el país más grande de Sudamérica y el quinto del mundo nunca se ha sometido al examen de las urnas. Licenciada en Economía, posee un perfil técnico y, si bien es muy eficiente en la gestión, no tiene el carisma, la historia ni la popularidad de Lula. No cosecha un respaldo sólido y genuino dentro de su partido y ahora además está convaleciente de su enfermedad.

Sin embargo, el presidente minimiza este aspecto. No sólo ha reafirmado que él no se postulará para un tercer mandato, sino que confía en que su ministra se recuperará después de las sesiones de la quimioterapia. «Las mujeres son más fuertes que los hombres», remarcó Lula la pasada semana.

El solo hecho de ser mujer en un país que siempre ha sido gobernado por hombres, ya era una razón de sobra para dificultar el camino de Rousseff a la presidencia. Pero, además, la funcionaria fue una integrante de una agrupación guerrillera y la oposición se ocupa de mantener vivo ese pasado que ella prefiere evocar como «un pecado de juventud».

Por si fuera poco, Roussef tampoco tiene un apoyo en bloque del gubernamental Partido de los Trabajadores (PT) ni de su principal aliado, el Partido del Movimiento por la Democracia Brasileña (PMDB). Cuenta, eso sí, con el incondicional respaldo de Lula, que ya es mucho. Y es que el peso popular del ex obrero y antiguo sindicalista es todavía inmenso. Pese a detentar el poder desde hace seis años, el presidente cuenta con una popularidad estimada en más del 70%.

El PT fue fundado entre otros por Lula, que fue tres veces su abanderado en las presidenciales. Rousseff, en cambio, se adhirió al partido hace apenas ocho años, dos antes del triunfo electoral de Lula. Por su capacidad de trabajo, el primer mandatario brasileño la designó ministra y, ante el escándalo de corrupción que surgió durante su primera Administración, la convocó para el cargo de jefa de la Casa Civil, que hasta ese momento ocupaba el cuestionado José Dirceu.

Negociación

Miembros del PT sostienen que apoyarán a Roussef, pero también dejan correr otros nombres por si acaso la ministra no se recupera. Dirigentes del centrista PMDB han aceptado la candidatura de la antigua guerrillera, pero todo apunta a que es un espejismo. Según denuncian sin micrófonos allegados a Lula en el Gobierno, el objetivo de la formación aliada es segar la hierba bajo los pies para apartarla de la carrera presidencial.

Las fuentes sostienen que la iniciativa del PMDB de reunir votos para una enmienda constitucional que permita un tercer mandato de Lula esconde la voluntad de no contar con Rousseff. De esa manera, intentan forzar una negociación para el reparto del poder. Por de pronto, en el segundo mayor distrito electoral, Minas Gerais, el PMDB pretende que el PT apoye a sus candidatos.

Pero la formación política de Lula sabe lo que se trae entre manos. Por eso, el ministro de Justicia, Tarso Gentro, salió la pasada semana a la palestra para destacar que una reforma constitucional, como propicia el PMDB, supondría una «ruptura del proceso democrático brasileño». La democracia brasileña está basada en plebiscitos, es una democracia estabilizada, con instituciones sólidas. Y una reforma constitucional para un tercer mandato supondría una ruptura en ese proceso de normalidad», declaró Gentro.

Finalmente, el opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que tiene como su precandidato más popular al gobernador de Sao Paulo, José Serra, logró que se cree una comisión parlamentaria que investigue denuncias de corrupción en el gigante petrolero brasileño Petrobrás, un asunto que empieza ahora a despuntar y que puede crecer como un alud contra la candidata, a medida que se acerquen las elecciones.

Hija de un abogado comunista búlgaro, la superministra Dilma Rousseff tuvo una juventud activa en las filas guerrilleras brasileñas. Con apenas 19 años se integró en la Vanguardia Armada Revolucionaria y participó en acciones violentas bajo distintos nombres de guerra durante la dictadura (1964-85). En 1970 fue detenida, sometida a torturas y permaneció presa durante tres años sin sentencia judicial. «Creía que estaba salvando al mundo», se justifica Rousseff, una economista de 61 años que se convirtió en la mano derecha de Lula poco después de integrarse a su Gobierno. Dilma se sumó al Partido de los Trabajadores en 2001 y en 2003 ya era ministra de Minas y Energía. Dos años después fue convocada a dirigir la Casa Civil, una especie de jefatura de gabinete del Gobierno. Desde ese puesto, la ministra dirige el millonario programa de aceleración del crecimiento económico que lanzó Lula al asumir su segundo mandato. Ahora, a raíz de la crisis financiera global y su impacto en Brasil, el crecimiento se hace más lento pero la funcionaria sigue siendo aún la figura clave de la gestión del gobierno.