Jerez

El Fandi y Manzanares salen a hombros en una tarde sin relieve

Dos orejas obtuvieron cada uno de los triunfadores y una Morante de la Puebla frente a un descastado encierro de Juan Pedro Domecq

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Nada menos que cinco orejas se cortaron en la corrida de ayer y dos toreros salieron de la plaza izados a hombros. Abultado marcador, si se considera el bajo nivel artístico que alcanzaron los trasteos y los pocos momentos lúcidos que se vivieron durante el festejo. La falta de casta, de fuerzas y de movilidad de los erales de Juan Pedro Domecq marcaron el devenir de un espectáculo que no pasará a la historia por el cúmulo de exquisiteces ofrecidas. Sin embargo, la bonancible actitud del público, que solicitaba con ávida vehemencia y absoluta mayoría los trofeos, y la presencia en el palco de un presidente de pañuelo fácil, propiciaron conjuntamente este derroche numérico de triunfos. Pañuelo presidencial ágil para la concesión de orejas pero de acción retardada para cambiar los tercios. Hasta el punto de ocasionar el insólito episodio de anunciar un cambio al segundo tercio cuando ya los picadores se hallaban con sus équidos en el patio de caballos.

Belleza clásica

Abrió plaza un ejemplar que salía suelto de los capotes pero al que Morante quitó con elegancia en los medios con lentísimas chicuelinas, rematadas con media verónica a pies juntos. El quite desbordó sabor y esa belleza clásica del buen toreo, que incluso pareciera instantánea añeja de un daguerrotipo. Pero el toro careció de raza, de ritmo y de humillación, por lo que, el de La Puebla, sólo pudo lucirse en la muleta con algunas pinceladas sueltas de su depurado estilo. Un Morante arrebatado y decidido se hizo presente en el ruedo ante el cuarto, al que lanceó a la verónica con la figura compuesta, la suerte cargada y con esa embriagadora estética que un torero Barroco, como él sabe impregnar a su capote. Aunque sólo algunos pases resultaron excelsos, pues otros quedaron frustrados por enganchones, en la plaza ya ardía la pasión de algo emotivo. Lástima que tampoco este toro poseyera el más mínimo atisbo de casta y de pujanza y se manifestara incapaz de repetir dos embestidas seguidas. Por ello, pese al denodado esfuerzo del diestro, el trasteo con la franela careció de la ligazón y la redondez pretendidas. Pero mató al segundo intento y se le concedió la oreja.

También resultó premiada la labor de El Fandi frente al quinto de la suelta, el animal que más prodigó sus acometidas de todos los lidiados y el único que permitió ligar algunas series de muletazos. Recibido por el granadino con dos largas cambiadas, exhibió éste su grandioso arsenal banderillero con tres pares de rehiletes de excelente ejecución y colocación. Tras iniciar la faena de hinojos, pudo plasmar dos tandas pulcras de derechazos y una de naturales antes de que a su oponente se le apagara el escaso fuelle que poseía. A partir de entonces hubo de configurar su toreo en cercanías, a base de circulares, circulares invertidos, faroles y martinetes. Un capítulo postrero y encimista que resultó muy del agrado del respetable, pues los pañuelos inundaron la plaza en cuanto el torero pasaportó al astado de un estoconazo al volapié.

Con su primero, de desesperante sosería y falto de casta, sólo pudo destacar El Fandi con su habitual espectacularidad y amplio repertorio en los primeros tercios, donde se sucedieron verónicas, chicuelinas y revoleras.

Trasteos

Una oreja de cada oponente logró José María Manzanares, apesar de que en ninguno de sus trasteos se derramara precisamente el más bello de los caudales estéticos. Bonitos pases por bajo y un cambio de manos de auténtico lujo constituyeron su bagaje artístico frente al tercero, animal sin fuerzas ni raza, que pronto perdió el brío del viaje inicial. Peor aún resultó el sexto, de embestida rebrincada y escaso recorrido, al que Manzanares siempre presentó el engaño con ortodoxia y gallardía y del que sólo pudo extraer algunos muletazos sueltos de verdadero mérito.

Ninguna faena cuajada, ningún toro bravo pero dos toreros a hombros. Qué pasará cuando llegue lo bueno.