Faena de capote de Morilla a su primer toro en EL Puerto. / VÍCTOR LÓPEZ
TOROS EN EL PUERTO

Alejandro Morilla triunfa de nuevo

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D espués de varias temporadas, por fin la centenaria plaza portuense abría sus puertas en la Feria de Primavera para jugarse un festejo mayor, una corrida de toros. Eso es lo que la afición demandaba y por lo que tanto se luchó, a pesar de lo inoportuno de la fecha. Sin embargo, el escaso cuarto de entrada que presentaba el coso no parece constituir aval suficiente para futuras ediciones. Un cartel compuestos por toreros cercanos y modestos no ha constituido el gancho pretendido en los aficionados. Una torería modesta, no exenta de valor y categoría, entre la que vuelve a destacar el diestro local Alejandro Morilla. Desde que hace tres años tomara la alternativa en Sanlúcar, sus comparecencias en el coso portuense se cuentan por salidas a hombros.

Su entrega, pundonor y ortodoxas formas lo erigen en auténtico referente de la afición provincial. Intentó la verónica relajada ante su primero de Camacho, pero éste careció de la humillación y la fijeza necesarias para optar a excelsitudes. Un apretado quite por chicuelinas, rematadas con airosa serpentina, serviría de preámbulo a una faena de muleta que inició con la pierna contraria flexionada y cargada la suerte. La distancia es estética, la estética en el toreo es distancia garbosa y justa. Así lo entendió Alejandro, que derramó esa frescura y esa alegría inherentes al cite distanciado. Parado y embebido el toro en la muleta, las series se sucedieron plenas de temple y poderío. Lástima que el animal perdiera pronto la repetición y pujanza en su embestida, por lo que las tandas posteriores, aunque meritorias, carecieron de la redondez y vibración de las primeras.

Tras una perfecta ejecución del volapié paseó la primera oreja del festejo. Éxito que repetió con el quinto ejemplar que regaló las embestidas más largasy emotivas de la tarde, y al que se pasó por las espalda en milimétricos pases cambiados de espeluznante ceñimiento. Reunión y pureza poseyeron las tandas de redondos y naturles que, con el muletazo acertado y vivo, se sucedían templadas y macizas. Con el de Torres Gallego más parado ya, Morilla finalizó su labor con un arrimón de arrebato y valentía con el que aprovechó hasta el último ápice de lucimiento que su enemigo le concedía.

Justo de fuerzas y escaso de poder y recorrido llegó el primero de Salvador Cortés al último tercio. Siempre fijo en el engaño y con noble acometida, dejó hacer al torero y no le planteó más dificultades que las derivadas de su poca casta y transmisión. El sevillano prodigó el toreo en redondo y ensayó algunas series al natural con desigual resultado y fortuna.

El quinto, manso y berreón, repitió con cierta codicia sus embestidas en la muleta, con la que Cortés instrumentó una sucesión de tandas que destacaron más por lo cuantitativo que por lo cualitativo.

No tuvo suerte Pérez Mota con el lote que despachó. Su primero, de corta embestida, remataba los muletazos con la cara alta y lanzando un incómodo derrote, por lo que el trasteo lo hubo de configurar a media altura y sólo pudo destacar con bellos y enjundiosos ayudados finales. El sexto, rajado, áspero y manso, no concedió opción alguna al joven torero de El Bosque.