BAILE. Rumbas y sevillanas animan las casetas. / VICTOR LÓPEZ
EL PUERTO

Reencuentro bajo los farolillos

El Real se llena de portuenses donde el primer contacto con la fiesta se mezcla con la alegría de verse con los antiguos amigos

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Una hora de camino lo separa de su tierra, a la que vuelve siempre que su trabajo en Sevilla se lo permite. Pero si una cita tiene el portuense con su ciudad, de manera inexcusable, es el jueves de Feria. Lo mismo que le sucede a Manuel Romo le ocurre a cientos de portuenses que eligen el primer día de la fiesta para vivirla. Es la jornada familiar, el momento más esperado para los locales, el jueves del reencuentro, de los holas y los abrazos sinceros que van de feria en feria, la tapita en la Hermandad del Rocío, el almuerzo en el Sin problema, el baile en la caseta del Club de Rugby Atlético Portuense, el beso con una antigua compañera en La misma gloria, el paseo en el coche de caballos de aquel conocido con el que entablaste amistad hace justo un año.

El protocolo da paso a la dispersión, a la búsqueda de un lugar donde comer, beber, bailar y mostrar el vestido de flamenca que con tanto esfuerzo ha comprado. Mañana tocará repetir traje, pero en el día grande de la feria, la portuense muestra su mejor gala.

La agenda oficial marca que a las tres de la tarde se inaugure la calle dedicada a la ciudad homenajeada en esta edición, Valencia. A Manuel le gusta la paella, pero de inmediato busca la gamba, el cazón y la tortilla. A las cuatro se toma el primer rebujito con pimientos fritos en El halcón peregrino, donde la primera estrofa de una sevillana le recuerda que él es del Sur.«Para mí, esta feria es la mejor y eso que acabo de disfrutar de la de Sevilla», comenta mientras que otra canción le invita a sacar a bailar a una mujer. La chica del instituto de la que te separaste hace 10 años, los padres de aquel amigo de la infancia, el chico de cuyo nombre no te acuerdas pero sí de la fiesta que te marcaste con él en la feria 2005.

Las jarras de fino van caldeando una sobremesa que, como novedad, no ha tenido la tradicional izada de banderas (los actos de inauguración se redujeron al alumbrado de anoche). Se comenta en las casetas de las hermandades, en las de los partidos políticos y hasta en la casa de la Comunidad Valenciana, lugar de encuentro por unas horas de los representantes del Ayuntamiento de El Puerto. Un cochero se queja de que la crisis ha reducido el negocio mientras que cuatro mujeres pasean gallardas montadas en otro carro, tirado por dos caballos de crin oscura, que se adornan con las figuras geométricas, los grandes lunares, los volantes recogidos, el rojo clavel y las peinetas color marfil.

La tercera (rumba) le recuerda a Manuel que se le nota en la mirada que experimenta el jueves de feria de forma expectante. Como en El Puerto todas las casetas son de entrada libre, decide ir a la Casa de Extremadura, llena hasta los topes a las seis de la tarde.

«Noto menos presencia de gente que otros años, incluso de caballos», destaca Ana Moreno, una jerezana casada con un portuense que goza de la feria en compañía de su hijo y su marido. En ese momento, le interrumpe otra feriante amiga que entra en la caseta de la Hermandad del Rocío y le solicita que baile con ella la cuarta.

Ración de adobo

Manuel, al rato de estar en la de Extremadura, pide al camarero una ración de adobo, son las seis y media y lleva cuatro horas de reunión en reunión, charla y mucha jarra de rebujito. El camarero de El halcón peregrino le había comentado que este año se nota la crisis y que el expositor de marisco estaba todavía intacto. A falta de gambas o dinero para comerlas, la tortilla o el pescaíto frito, los pimientos y el serranito, sacian el hambre de los miles de feriantes que van llenando poco a poco Las Banderas. Las lonas de la avenida de Los farolillos, en los límites del recinto, están casi vacías, pero las de la calle central son un hervidero de personas, mucho traje de flamenca y conversación en la puertas de cada caseta.

Allí, Manuel se reencuentra con otro amigo, el enésimo. Expira la tarde pero pocos se recogen. Quedan aún cuatro jornadas por delante.

Hoy, el portuense también irá a la feria, pero allí convivirá con otros aficionados a la fiesta procedentes de las localidades de la Bahía, Jerez o Rota. Otra oportunidad de entablar amistades y forjar relaciones, con las que se volverá a encontrar el año que viene.

Por cierto, en todas las crónicas de todas las ferias y espectáculos de calle se suele empezar con el tiempo que disfrutaron o sufrieron los asistentes. En esta ocasión fue de calor veraniego. Se ha incluido al final porque los que estuvieron allí lo saben. Y la feria es para vivirla, que es de año en año.