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Fatalismo deprimente

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En la larga y apasionante historia de Cádiz, el siglo XVIII ocupa, como sabemos, un lugar muy destacado. Es nuestro siglo dorado, el de la ciudad ilustrada creadora de riqueza y de bienestar, el de la ciudad cosmopolita y culta que se convierte en un importante centro comercial del sur de Europa. Su declive se inicia a principios del XIX y llega con altibajos de diversa índole, sobre todo de carácter económico, hasta nuestros días. La huella que deja entre nosotros el XVIII es evidente pero las sucesivas crisis que se relacionan esencialmente con los avatares del sector naval y de la actividad portuaria también conforman una suerte de fatalismo colectivo que nos perjudica más de lo que a primera vista pudiéramos pensar. Aceptamos, casi sin rechistar, las actitudes o acontecimientos que lesionan nuestros intereses y si reaccionamos, lo hacemos tarde y mal. A veces, cuando ejercemos el derecho a la crítica nos quedamos cortos o nos pasamos de largo. Deben ser cosas de ese fatalismo histórico, derivado de unas circunstancias adversas, que aún no hemos sido capaces de superar.

Ni la prensa se libra de los sentimientos derrotistas. Recuerdo que en 1992, cuando el Ayuntamiento se hace cargo de la escala de la Regata Colón 92 por dejación de sus responsabilidades por parte de la Diputación Provincial, se recibe en el Consistorio un fax procedente de un medio de comunicación en el que se pregunta si no sería conveniente «suspender la escala en Cádiz de la Gran Regata para no hacer el ridículo ante el mundo entero». Naturalmente no se tuvo en cuenta tan amable sugerencia. La regata se convirtió en un acontecimiento extraordinario. La organización fue un éxito y sirvió para que la Sail Training Association tuviera en cuenta las pretensiones de Cádiz para ser sede de otros eventos náuticos de carácter internacional No es difícil imaginar lo que hubiera ocurrido si el gobierno municipal de entonces se sumerge en una situación fatalista.

Según los economistas, los factores psicológicos influyen seriamente en los procesos económicos, por eso al mal tiempo hay que ponerle buena cara. Tenemos que hacer un esfuerzo para sacudirnos de una vez por todas los pensamientos derrotistas. Nos hacen daño.