LA RAYUELA

Papel couché

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Dos elegantes vestidos entallados en azul y burdeos que resaltan las magníficas piernas y posaderas de sus dueñas y dos sonrisas que se adivinan pícaras de quienes se saben aseteadas por cientos de obturadores y flashes disparando enloquecidos. Son las nuevas princesas del papel couché y su brillo es tal que deslumbra a reyes, príncipes y primeros ministros. Ellas son la noticia porque ellas son el negocio y son el negocio porque ellas venden lo que la gente paga, lo que la gente quiere: glamour, elegancia, belleza, juventud, riqueza y poder. Ahí es nada.

A la gente nos gusta soñar y nos han amamantado con cuentos de cenicientas. Y ellas son las nuevas cenicientas. Porque aunque la Bruni tenga algunos leucocitos centroeuropeos de color azul y a doña Leticia la estén buscando algún antepasado ligado a la nobleza astur leonés a la altura de Don Pelayo, el hecho es que representan a la hermosa muchacha de la que el príncipe se enamora y la hace dueña de su corazón y de su castillo, cada uno en su estilo, naturalmente.

Siempre hubo y me temo que habrá una prensa rosa y mucho papel couché para lucir modelos, mansiones y fiestas benéficas, pero su ámbito de difusión se limitaba a cierta prensa y alguna foto perdida en la sección de gente o sociedad en la seria. Lo novedoso es el asalto a las portadas de la prensa (la otra no merece ese nombre) y a los principales planos de los telediarios. ¿Cómo puede competir el glamour con la política? ¿Acaso a alguien se le escapa la tremenda importancia de esta visita francesa, con una agenda en la que puede figurar el principio del fin del terrorismo etarra, la consolidación del sector automovilístico nacional amenazado por la crisis; que es decisiva para la próxima presidencia española de la UE e impulsa importantes proyectos de desarrollo común?

Estas princesas del papel couché siempre han existido y la innata curiosidad humana ha sido un eficaz anzuelo para interesar a muchos sobre sus vidas y haciendas. Pero les estaba vedado el terreno informativo de la política, que hacía una distinción entre lo esencial, relativo a la misma, que ocupaba los titulares y editoriales, y lo curioso, que aportaba «el detalle humano» de la crónica periodística. Desde que los medios compiten tan duramente en un mercado de imágenes y noticias tan saturado por la sobreoferta de contenidos, la búsqueda de rentabilidad los lleva a trivializar cada día un poco más los contenidos en aras de mantener o aumentar una determinada cuota de lectores o espectadores. ¿Por qué razón no habrían de sucumbir a la sociedad del espectáculo que anunciara Guy Dabord hace cuarenta años, que está eclosionando en todo su esplendor en el nuevo siglo? Cierto que Bruni, ahora señora de Sarkozy, es el buque insignia de los nuevos tiempos de la política espectáculo, y nadie como este tandem, ni siquiera el maquiavélico príncipe Berlusconi y sus modelos, para conseguir embobar al personal y distraerle de sus problemas. En el fondo nada nuevo respecto al panem et circensis. O sí, la pérdida de prestigio de la ideología y de los valores que criticaban el exceso y la desmesura frente a la escasez. En este sentido no hay nada más político que la Bruni y por ello su trasero se merece cualquier portada.