GUATEMALA. Rafael Luna dejó las clases en San Felipe por sus labores humanitarias en Guatemala. / LA VOZ
CÁDIZ

Manos para dar

Gaditanos solidarios en el mundo

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El sentimiento de la solidaridad es el más egoísta de todos. En la ayuda al otro existe un interés desmedido por demostrar y sentir afecto, la intención narcisista de querer arreglar un mundo que se desmorona y la esperanza de alcanzar la realización personal que no llega con el universo material. No hay nada más individualista que la lucha por el bien colectivo, la culminación espiritual de una trayectoria vital a menudo demasiado arraigada a los elementos terrenales. En el otro, el que recibe la pírrica atención, la sensación que florece es el ánimo y la eterna gratitud.

El planeta está moteado de estos y aquellos, de los que dan con reservas y los que abren los brazos sin ellas. Sin distinción. Hay comunidades necesitadas en todo el mundo, pero pueblos cooperantes también. Personas anónimas, con o sin formación, algunas carentes de herramientas, sin embargo, dotadas de unas ganas infinitas de proporcionar y, procurarse, resquicios de felicidad. No obstante, el de Cádiz, tiene una sensibilidad especial. Religiosos y laicos, jóvenes y maduros, nacidos y criados en el último rincón de un continente que poco o nada sabe de desgracias ni de necesidades perentorias -hay otros lugares en crisis permanente- dedican o han dedicado sus vacaciones, su dinero o toda una vida al servicio del Tercer y Cuarto Mundo.

Rafael Luna enseñaba a sus discentes del San Felipe Neri en cómodas aulas, pero lo cambió por impartir en condiciones ínfimas lecciones en Cobán, un municipio de Guatemala. Eduardo García dejó de estudiar Ingeniería por su trabajo en una organización de derechos humanos en El Salvador. Han sido testigos de desapariciones forzosas, de masacres, guerras y de toda clase de injusticias sociales, y han colaborado de alguna u otra manera en recomponerlas.

Pero también hay otras formas de dar sustento y cobijo a esas personas desde la tacita o con expediciones que, por cortas, no dejan de cumplir su misión. La Asociación Andaluza de cooperación sanitaria, formada por médicos del Hospital Puerta del Mar o las experiencias de cientos de jóvenes en proyectos de recuperación en Latinoamérica, como el caso de Nuria Sánchez, son algunos ejemplos. Nacidos en Cádiz para servir al mundo. Tan cerca, para ofrecer un poco de luz a iguales que están tan lejos

Rafael Luis Luna Brea dejó la enseñanza del inglés en San Felipe Neri para ejercer su vocación altruista. Tan sólo un mes en Guatemala le sirvió para quedar «enganchado» con la realidad del país y con los millones de posibilidades de ayuda que se necesitan en Latinoamérica. Ocho años después de que abandonara su Cádiz y emprendiera una nueva vida en el Centro de Formación Integral las Conchas, un área rural indígena qéqchí, en el Municipio de Cobán al Noroeste de Alta Verapaz, Rafael dice «haber encontrado el sentido de mi existencia, la sensación de utilidad en esta contribución y la felicidad e identidad absoluta con lo que hago».

Vivió y se crió en el número 2 de la calle de la Cruz, junto a la Cruz Verde, el mercado de abastos, los Callejones de Cardoso y de María de Arteaga, en el umbral de la Viña. De aquellos años recuerda las ansias porque llegara el verano caletero y las aulas de San Felipe Neri, el día de su comunión, también en San Felipe y la pasión chirigotera de su padre. «Yo sí supe permear el ambiente de Cádiz que tanto envuelve y por eso lo pude dejar», comenta el profesor, convencido de que para llenarse hay primero que vaciarse y de que «otro mundo es posible» con los hombros y las manos de todos.

«La verdad es que son dos realidades completamente distintas en cuanto a clima, gastronomía, y, sobre todo paisaje, del mar azul y horizontes infinitos en las playas de Cádiz, he pasado a otro mar pero verde de todas las tonalidades» y una orografía extremadamente tortuosa y quebrada, llena de cuestas, y cientos de cerros». Estudió Filología Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras, «en el Mora», destaca, y casi inmediatamente después de licenciarse encontró trabajo en su centro de toda la vida. 18 años entre pizarras y lecciones. «Cómodo pero vacío», subraya. Y es que se le quedaban pequeñas sus labores como voluntario en cualquiera de las organizaciones gaditanas en las que hiciera falta: Jesús Abandonado, Afanas, comedores sociales, además de su tarea como catequista en el colegio.

En 2001, le cambió la vida. Por esas fechas se constituyó en Cádiz la Asociación las Conchas Verapaz, como primera respuesta a la petición del Obispo Gerardo Flores reyes, Obispo de las Verapaces, quien, a través del padre Martín Valmaseda, solicitó apoyo a los Marianistas gaditanos, y en concreto del Colegio San Felipe Neri para volver a abrir un Centro de la Pastoral Social de la Diócesis de las Verapaces. Había sido construido entre 1992 y 1995 con el objetivo de ofrecer un servicio de educación para los campesinos indígenas procedentes del exilio tras el conflicto armado interno que asoló cruelmente esta zona de Guatemala entre 1980 y 1983.

En el tercero de los viajes de la asociación, agosto de 2000, Rafael Luna tuvo la primera oportunidad de integrarse en el equipo que viajó ese año a Guatemala. «Reconozco que desde ese primer contacto ya quedé algo tocado por la realidad que pude vivir y experimentar en directo. Pero no fue hasta la primavera de 2002 que decidí unirme a esta aventura ilusionante que transformó mi vida definitivamente en todos los sentidos, aunque en principio sólo por un año», insiste el gaditano.

De la tacita sólo echa en falta el mar y el pescaíto frito, así como la posibilidad de ofrecerle a su hijo Diego -se casó con una joven guatemalteca- una buena educación. «No creo que regrese, aunque tengo mi casa en Cortadura, y si lo hago será a partir del 2012 y por el niño», afirma. Mientras, Luna continúa con su trabajo como coordinador de proyectos de FMG, así como de gestión de ayudas financieras. Además, forma parte del Consejo Asesor Directivo (CAD) del Centro de Formación Integral Las Conchas que cuenta con 3 miembros e imparte clases en el centro a alumnos de Básico y Diversificado.

El resto de apartados que engloba «la misión», como le gusta llamarla, no caben, por motivos de espacio, en este reportaje. Formarse una idea, -si occidente está en crisis, ¿cómo acuciarán las necesidades ahora en los países en vías de desarrollo o aquellos subyugados por años de guerras internas, hambruna, corrupción e impunidad?- es, lamentablemente, sencillo.

El recuerdo de La Caleta

Eduardo García es hijo de padre nacido en un sótano del Campo del Sur y de madre de Medina Sidonia. «Pertenezco a una familia de cinco hermanos, de las que Franco daba descuentos por numerosa en los pasajes de tren y bus», recuerda. A los 7 años entró en el mundo de los grupos juveniles y a partir de los 20 en el de las ONG's, siendo la primera el Comité Óscar Romero de Cádiz. A los 24, una vez terminada la prestación social como objetor de conciencia y habiendo concluido sus estudios de Ingeniería Naval en la UCA, Eduardo se enroló en «un viaje de difícil regreso» hacia tierra centroamericana.

«Por casualidades de la vida el trabajo que venía a desempeñar se trunca» comenta animado, y «comencé a trabajar en una organización de derechos humanos» en El Salvador. Desde entonces, y ya van quince años, no ha cejado en su empeño humanitario. Rescate de osamentas de los miles de muertos que dejó una cruenta guerra civil, recopilación de testimonios, pasando por la reconstrucción de las zonas desvastadas por los huracanes Mitch (1997) y Stan (2005) han sido algunos de sus trabajos. «Ahora estoy poniendo en marcha proyectos de desarrollo, agua, viviendas, cooperativas, género, participación ciudadana...», destaca el ingeniero.

Con tanto trabajo por hacer, «¿se plantea el regreso?», se le pregunta: «No, no lo veo, ni lo siento. Aunque todos los días me acuerdo de La Caleta, del pescaíto frito, los carnavales, de mi familia y amigos. Salí de Cádiz por mi voluntad, pero no es menos cierto que una parte de mi corazón siempre está al otro lado del charco», sostiene.

Por su parte, Nuria Sánchez-Gey, de 28 años, ha cambiado el baño veraniego en su Cádiz natal por los campos de trabajo en regiones desfavorecidas. Ni su absorbente trabajo como periodista, ni la falta de tiempo, han impedido a esta joven hacer las maletas varias veces. La primera en el verano de 2006 a través del Servicio Civil Internacional y en Verona (Italia). Allí convivió, dio cariño y ayudó en las labores diarias de una granja de productos ecológicos organizada para la reinserción de jóvenes drogadictos.

«Tú ayudas, pero te das cuenta de que ellos te ayudan más, a modificar tus planteamientos y a sentirte más llena», comenta. Y como de aquella experiencia se vino «frustrada, pero sensibilizada», Nuria decidió repetir. En 2007 se perdió de nuevo las playas de la Bahía por la pintura de edificios en La Habana. «Organizábamos patrullas e íbamos pintando, charlando y dando compañía a niños y ancianos», recuerda la gaditana. «Sé que no soy la solución a sus problemas, aunque yo me siento feliz haciéndolo», mantiene la además voluntaria de Intermón Oxfam. «En las ciudades pequeñas como Cádiz es muy importante la sensibilización. Si cada gaditano empleara una hora al mes de su tiempo podríamos ayudar a más gente y solucionar más problemas», sentencia.

Aquí o allá, el sentimiento más egoísta, y la vez el más puro, es la solidaridad.