Opinion

Gobierno apurado

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L a doble reprobación que recibió ayer el Gobierno en el Congreso por la remodelación ministerial y por la gestión de la política económica subraya las dificultades que sufre el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero para imponer su discurso y su estrategia ante una soledad parlamentaria que no debería trivializar por más tiempo, aun cuando la misma no se haya traducido en la configuración de una mayoría alternativa en los escaños de la oposición. No se trata ya sólo de la debilidad que atenaza la acción de los socialistas, a los que un grupo de la minoría reprochó que estén intentando procurar acuerdos justo cuando han visto esfumarse sus inestables apoyos; especialmente tras la pérdida como aliado de un PNV que volvió a mantener en la Cámara Baja un duro pulso con el presidente. El hecho de que se hayan hecho tan visibles y recurrentes los apuros del Ejecutivo para hacer prevalecer su acción de gobierno por encima de las estrecheces parlamentarias está ejerciendo, sobre todo, un efecto muy negativo sobre la confianza que precisa la respuesta frente a la crisis para poder ser, además de efectiva, creíble.

El contraste de este pronóstico con vaticinios tan oscuros como el del FMI, que en su nueva revisión a la baja de las previsiones de crecimiento mundial augura una contracción de la economía española del 3% este año, y la brecha abierta entre el Gobierno y la oposición sólo pueden traducirse en inquietud para los agentes económicos y la sociedad en su conjunto. Sigue urgiendo la construcción de un terreno compartido que permita proyectar un cobijo institucional y político ante los rigores del ciclo recesivo, pero también para preparar una recuperación que se atisba muy trabajosa. La advertencia realizada por el presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorro sobre la eventual extensión en el sistema financiero de los problemas de viabilidad y solvencia, y sobre lo «enormemente peligroso» que resulta que el Gobierno no haya elaborado aún un plan de contingencia ante posibles riesgos «catastróficos», se suma a las señales de alarma que apelan a la reacción del Gobierno. Una respuesta que continúa inclinándose más por una difusa confianza en el futuro que por la evaluación cruda del presente. Aunque ésta precisa también por parte del resto de agentes concernidos una mayor claridad que la mera mención de potenciales problemas muy comprometedores.