PANORÁMICA. Vista general de los bloques de Eduardo Delage, emplazamiento emblemático de la zona. / ESTEBAN
Jerez

Donde los viticultores habitaron alguna vez

La calle Viticultor, a pesar de ser de corto recorrido, cruza los bloques de Eduardo Delage y La Coronación

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Es una pequeña calle. Pero esta circunstancia no impide que esté cargada de vida. Está en la Zona Norte y en sus pocos metros recorre dos barrios, La Coronación y los pisos de Eduardo Delage, que cuentan los vecinos que fue propietario de una bodega que estaba en la calle Clavel. «Gente de bodegas son las que siempre han vivido en estos pisos», comenta un vecino. «Bueno, ya no vivo aquí, pero siempre he sido de este barrio, así que me lo conozco como la palma de mi mano». Y como buena calle jerezana, un nombre muy propio: Viticultor. Dícese de la persona que trabaja la viña. Con eso basta para brindar jerezanía por los cuatro costados. «Claro, con este nombre, cómo no iba a ser jerezana pura», comenta el vecino.

Pero nos soplan que si queremos conocer algo de la calle, lo mejor que podemos hacer es ir a la tienda de prensa de Quino. Al ataque, y no dejemos pasar el tiempo que es oro. El debate está servido en la tienda. Dos vecinos discuten sobre el estado de la cuestión en nuestra ciudad. No, que nadie piense que el asunto de la ciudad es el alumbrado público, ni tampoco que los autobuses lleguen tarde a sus paradas. Aquí el debate es si el Xerez subirá a Primera o si no. «El tema del paro, que es lo verdaderamente importante, lo dejamos un rato aparcado. Somos xerecistas y con la charla del fútbol se nos olvidan otras cosas y otras penas», comenta Quino. Y una advertencia. «Si sois del Industrial de la raya de la puerta para afuera. No hay sitio en mi negocio para el enemigo», sentencia nuestro hombre. «Nada, nada. Es una broma, hombre», restaña. El caso es que para nuestros vecinos, reunidos en torno a unos periódicos y al material de papelería que tiene Quino en la tienda, declaran finalmente al unísono que «éste es un barrio de personas mayores con hijos que ahora están en el paro. La cosa está falta No sé dónde vamos a llegar», explica Quino, que se erige en portavoz de la calle.

Justo al lado del negocio de prensa tenemos un buen termómetro para comprobar qué tal está la cosa. Manuel Ángel Pérez Orellana montó una inmobiliaria cuando unas cuantas losetas con una puerta de entrada se vendía a precio de oro. La cosa ha cambiado. «Sin duda, ahora la cosa está fatal. Fíjate, antes en quince días se cerraba una operación. Ahora, pueden pasar dos y tres meses y tener el expediente pendiente porque los bancos están fatal para prestar dinero», comenta Manuel Ángel. Finesa, que es la inmobiliaria, se salva porque nuestro hombre es asesor fiscal. «Además, también estamos dentro de los API (Agente de la Propiedad Inmobiliaria). Pero sí, ahora el trabajo que tenemos es lo puramente fiscal. Es decir, que hemos pasado de vender casas a ser una asesoría», concluye. Pues gracias a tocar varios palos, el negocio se salva de la tormenta que está haciendo que cientos de inmobiliarias echen los cerrojos in saecula saeculorum.

Juanele

La calle está mojada. Ha llovido algo. Lo suficiente como para que el asfalto esté oscuro. El cielo grisáceo y el tono general de la calle Viticultor se parece a la marejadilla económica que recorre la ciudad. Sin embargo, en el bar de Aurora -llamado por todos como el Bar Juanele- no se para de poner cafés.

Nos acercamos al bar en cuestión y nos encontramos carteles de la hermandad de la Amargura. «Soy hermano y costalero de la Virgen», comenta Juanele con cierta melancolía. El caso es que quienes más y mejor se preocupan por la nostalgia que recorre estos días al bueno de Juanele son sus clientes. Para que piense poco en los palios que se alejan, se llena el bar cada mañana y así mantiene la mente está ocupada en las comandas. «Dicen que mi café tiene fama. Vamos, que le damos un punto que no se encuentra en otro sitio», afirma. La mejor forma atestiguarlo es probando el material. Excelente. Con mucha crema, en su punto.

«La verdad es que no nos podemos quejar, aunque sí que es cierto que la cosa está bastante mal por aquí. El paro está haciendo estragos. Y, claro, a la hora de quitarse de algo, lo primero es lo que te puedas tomar en el bar. Pero, bueno, aquí seguimos», explica. El bar lo abrió su padre, también llamado Juanele, y lo estuvo llevando nada menos que veinticinco años. Ahora, la segunda generación lleva unos siete años al mando del negocio. Años ganándose la vida en la calle de los Viñedos.

Y para años, los que lleva Miguel al otro lado de la acera. Se trata del comercio de alimentación Miguel. «Cuarenta años, hijo. Nada menos que ese es el tiempo que llevo con la persiana abierta», subraya nuestro hombre de la confitería.

Él sí que conoce la calle como nadie. A diario. Desde las seis de la mañana y hasta cuando aterriza el sol. Con las patatas, los pimientos, los cuartos de chorizo, las latas de tomate frito y las bolsas de picos para el almuerzo. «Por aquí ha pasado todo el barrio y toda la calle. Ha dado tiempo. Ya te digo. Y fíjate que todavía tengo listas con algunos vecinos. Bueno, aquí no se fía al primero que llega, pero sí tengo abierta algunas listas que todos los primero de mes, religiosamente, desde hace cuarenta años, vienen y me saldan algunas clientas. Sin problemas», concluye Miguel.

El negocio de nuestro hombre tiene encanto. Como encanto tienen la calle. Los pisos de La Coronación, los de Eduardo Delage. La brisa que entra por la calle Granaína, proveniente de la campiña jerezana. Y los árboles que zumban porque el día está caprichoso. La calle de los Viñedos. Una calle pequeña, pero con encanto y con ese sabor característico que tiene todo lo bueno de Jerez.