Editorial

Futuro incierto

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Las recientes esperanzas mostradas por Barack Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sobre la recuperación económica han animado las expectativas sobre la salida de la crisis. En realidad, sería más exacto concluir que han avivado el debate sobre el momento en que se encuentra el ciclo recesivo y sobre si cabe esperar realmente una pronta finalización del mismo, aunque no se prevea, en el mejor de los casos, hasta el último tramo de 2009; y a pesar de los negros augurios de instituciones internacionales como el FMI, que ha vaticinado que la recuperación será lenta y muy trabajosa.

Esta crisis se caracterizó, sobre todo en sus inicios, por la renuencia generalizada a admitir la gravedad de los síntomas que afloraban en los mercados y las economías mundiales, cuyas negativas consecuencias aconsejan mantener la prudencia sobre su evolución. Una cautela en los análisis que sigue siendo imprescindible, dado que los indicadores que podrían sustentar el optimismo no sólo son prematuros aún, sino que continúan compitiendo con otros muy inquietantes como la amenaza de deflación que se cierne sobre las economías internacionales; entre ellas, la española.

Sí cabe pensar, no obstante, que el devenir de este año será determinante para calibrar si las iniciativas adoptadas por los distintos gobiernos y las instituciones supranacionales ofrecen los suficientes resultados como para dar por superada la peor etapa de la crisis y empezar a dedicar los esfuerzos a la recuperación. Los pronósticos de organismos como la ODCE sobre la entrada más tardía de nuestro país en la fase de recuperación, o los muy pesimistas del Banco de España para este mismo año, sumados a factores como el desplome de la actividad y el empleoo los escollos para cambiar a un patrón de crecimiento más productivo, aluden a unas dificultades objetivas que requieren de una clarificación del discurso y la estrategia del Gobierno. La descalificación que Rodríguez Zapatero efectuó ayer de los guardianes de la ortodoxia, por contraste con su apuesta por el gasto público para combatir la crisis, no le exime del rigor a la hora de decidir en qué y cómo se incrementa el déficit del Estado y de evaluar los serios condicionantes que ello puede introducir para el futuro.