CUARTO DE PALABRAS

Al día del libro

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Les cuento (Chaves engordaba su currículo, un chiquillo engordaba una pelota de cera y, éste que lo es, engordaba una entelequia. Aunque prosaico es), estuve de mudanza, pero, como si fuera de pellejo, me redescubrí, redescubrí mi entorno: El Domingo de Resurrección llegué a ese punto en que, esas cajas que tanto pesan y que sirven durante unos días para sentarse y para apoyar el vaso de cerveza, llenas de amigos íntimos que alguna vez me invitaron a soñar y que siempre me acompañan (las de libros, sin más tonterías), las abrí. Confieso que fue, más que nada, porque se acerca el Día del Libro en el estante y quiero quedar bien con ellos. Domingo de Resurrección, decía, saqué El mar es una tarde con campanas, enfilé su lomo negro en la librería y, como estaba el cierro abierto, se llenó de mar la habitación: un viento de poniente derivando a norte, ése que no hay calle que lo disimule, había inundado de océano la ciudad y el mar, como visto desde Arcos, era una tarde de marchas procesionales y tintineos de campanillas acompañando al Resucitado... Ya ve, el mar («la mar. El mar. ¡Sólo la mar!») que nos trajo a fenicios, ingleses, comercio, maremoto, pateras y al mismo Antonio Hernández de turista, se me antojó en la estantería. El mar y las campanas (recortando a lo nerudiano) se me hacía en la neblina que del mar es madrina de los vientos que vienen del sur mientras uno tras otro en sus dorsos de color iban componiendo un crucero de sueños... Faltó que un viento de levante que olvidara Quiñones en la página 33 me invitara a esperar a Alfonsina Storni emergiendo por La Caleta de su caminata atlántica y, con una sábana de sal, avanzara («...sin velas desvela,/ y entre las olas sola») por Barquillas de Lope y se adentrara hacia San Antonio...

«En sueños la marejada/ me tira del corazón; / se lo quisiera llevar...» (mira que está estropeao este libro de Rafael).