Momento de la faena de Alejandro Talavante. / A. DE ANTONIO
LA FICHA

La sinrazón de un calvario

Sin repertorio ni frescura, la tarde de la encerrona de Talavante en Las Ventas se convirtió en un rosario de silencios que remató en una lluvia de almohadillas

| MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Resurrección? Domingo de luto para Alejandro Talavante, que vivió ayer un calvario en Las Ventas, sin sobreponerse a una tarde que cada vez le pesaba más. Fue la sinrazón de un torero anunciado en todas las ferias y que venía a Madrid a no se sabe muy bien qué. ¿A recuperar cartel? Las corridas en solitario, cuando no tienen otra explicación ni argumento, suelen acabar lamentablemente así.

¿Qué ofreció Talavante? Nada nuevo. Encerrarse con seis toros sin el mínimo repertorio con el capote y sin la suficiente decisión con el estoque es algo necesariamente volcado a la nada. Y si además con la muleta -su fuerte- no aparece la disposición, el temple ni el valor...

El público de Madrid lo esperó y lo respetó hasta el último segundo. Solo cuando dobló el sexto se desataron las protestas y cayeron las almohadillas. Ya no quedaba nada, sólo la sombra de un torero que todavía tiene tres compromisos ya anunciados en esta plaza.

La corrida de Núñez del Cuvillo, desigual de hechuras, sin ser redonda, incluso con grandes lagunas de fuerza y de casta, se mereció mucho más.

La cálida ovación que recibió Alejandro Talavante al romper el paseíllo en Las Ventas se tornó en palmas de tango para pedir que el flojito primero se fuera a los corrales. El toro siguió en el ruedo y el torero decidió plantarle cara en los medios. Viento y fiera por vencer. Mejor, más largo y templado con la derecha que al natural, pero cada vez que la faena parecía remontar, el núñez perdía las manos. Las manoletinas fueron por cabezonería y, con todo, el primer acto resultó esperanzador.

No se encontró con el bien armado segundo en el que el peón Santiago Acevedo resultó lesionado al saltar la barrera tras un par de banderillas. Muchos muletazos sin que aquello rompiera. Al torero le faltó creérselo para calar en el público. No se metió nunca en la faena, que resultó deslavazada.

Justo de trapío y protestado el tercero de la tarde, al que tampoco le sobraban las fuerzas. Aquí llegó el naufragio. Sin ideas y sin la mínima decisión una vez más con los aceros.

La descompuesta embestida del cuarto no ayudó nada a Talavante, que lo intentó en este toro un poco más asentado cuando el frío ya se iba apoderando del ruedo y los tendidos.

El torero le echó garra en el tercio de capote ante el quinto de la tarde y hasta atropelló la razón en un embarullado galleo, pero en el último tercio volvió la indolencia. Sin pies ni cabeza, sin saber por dónde meterle mano. Al sexto de la tarde lo recibió de rodillas en su único gesto enrabietado.