CRÍTICA DE TV

Sonsoles

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cometí el error de ver La Noria el sábado noche. En mi descargo sólo puedo alegar que me gano la vida precisamente con tan desaconsejables conductas. Jordi González propuso un tema a la audiencia: Sonsoles Espinosa, señora de Rodríguez Zapatero, no ha estado con su marido en la denominada «cumbre» del G-20 (una cumbre donde caben veinte no es una cumbre, sino más bien una meseta, pero, en fin, no nos perdamos por ahí). La cosa es que doña Sonsoles, en efecto, no estuvo en la pomada, y Jordi González nos explicó que la falta había generado un intenso debate social. El planteamiento era un poco estupefaciente, porque, para ser sinceros, ¿realmente alguien ha elevado a debate público la circunstancia de que doña Sonsoles no haya acudido al G-20? Un servidor no es que viva en comunicación permanente con la crema del poder, pero, hombre, de algo se entera uno, y la verdad es que en todos estos días no he oído ni leído a nadie digno de consideración intelectual y/o política que se mostrara inquieto por tan distinguida ausencia. A pesar de lo cual, La Noria insistía una y otra vez en sacar a colación el asunto. Incluso cuando los contertulios llegaron a la conclusión de que semejante argumento era una memez -entre otras cosas, porque España no forma parte del G-20-, el programa volvía de nuevo a darle a la manivela. ¿Y por qué? La respuesta vino enseguida: unas imágenes de archivo de Aznar, Ana Botella y la boda de la hija de Aznar. Acabáramos: o sea que al final todo consistía en buscar un pretexto para volver a sacudir a Aznar por vía de Botella. De tan perspicaz comentario, pasaron los contertulios a hablar del culo de Carla Bruni y el trasero correspondiente de Michelle Obama, momento a partir del cual, debo confesarlo, apagué violentamente el televisor con la pertinaz impresión de estar perdiendo el tiempo como un imbécil. Sólo hay una cosa más boba que un debate sin ideas: un debate donde no hay realmente asunto de debate. Cierto que La Noria, después de todo, tampoco es un debate. Y a partir de aquí, el juego de simulacros termina envolviéndonos en una inconfundible atmósfera como de carnaval perpetuo. Nuestra televisión.