RECORTE. La procesión tuvo su inicio y su final en el templo catedralicio. / J. FERNÁNDEZ
Jerez

El Perdón demostró que menos puede ser más

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Hasta tiempo para pararme a reflexionar ahora, en el primer momento de la noche del Domingo de Ramos, me ha permitido mi estación de penitencia en las filas del Perdón. Jamás ello ha sido tan posible como en esta versión reducida de un recorrido sometido al recorte motivado por su salida desde la Santa Iglesia Catedral. Poco más de cuatro horas hemos tenido las víctimas de las inundaciones de Guía para hacer un itinerario que no hace mucho se duplicaba en la calle. Sobre todo en los recordados tiempos de Santa Ana. Pero también cuando, desde la ermita de La Alcubilla, todo apuntaba, al menos, a media docena de horas de procesión.

Por ello ha sido tan singular lo ocurrido, con inicio y final en el templo catedralicio, en unas filas en las que, revestidos de azul marino, la penitencia ha podido demostrar que, también en este terreno, menos puede ser más. Así el paso por la Carrera Oficial, discurridos Reducto, Visitación y Santa Isabel y, más tarde, Barranco, Carpintería Baja o Tornería. En esos primeros momentos, el gesto ante el Beaterio -con algún alma religiosa envuelta en el hábito nazareno y una relación muy fructífera- supuso un ejemplo de arraigo en una feligresía de San Salvador en la que la Hermandad no era sino el confín asomado a nuevos espacios poblados.

Bellísima la cofradía por las estrecheces que la llevaron hasta el centro neurálgico de la ciudad, su camino fue tan firme como la decidida determinación de configurarse en una oferta sin complejos de uno de los días más señeros de la Semana Santa de Jerez. Así discurrió su cortejo en su tercer Domingo de Ramos. La túnica de cola de esa sarga que sabe dar forma al nazareno, el cinturón de esparto que mantiene el recuerdo de esa sobriedad que siempre supo tener la corporación de recordado nacimiento humilde, las sandalias color avellana mostrando pies de todas las edades compusieron una estampa que, cera al cuadril, alumbró la mayor admiración.

Los pasos del Cristo del Perdón y María Santísima del Perpetuo Socorro, tras el periplo de una Cuaresma que los vio en los sótanos de la casa del Crucifijo que los guardó tras las inundaciones, en la ermita que fue marco del anegamiento y más tarde casi de visita en la Catedral al aguardo del día de ayer, fueron centro de las miradas en la calle. La cuestión de unas trazas singulares en el crucificado se abona al olvido de la controversia y a la ganancia de una actitud curiosa ante la obra del recordado Paco Pinto. La imagen de la Virgen, extraordinariamente vestida por José Carlos Gutiérrez, se vio rodeada de la especial belleza del palio de Manolo de los Ríos.

Gailín dio sones musicales a su marcha por las calles de la ciudad mientras el lucimiento en la Carrera Oficial -muy evidente en el espejo del rostro del público en las aceras- pronto se confundió viendo anulado el trayecto que llamamos recogía. En la Catedral terminó de consumir un recorrido en el que, de bruces, el final no dejó espacio ni tiempo para remanso de un conjunto de sensaciones que, como río que va llegando lentamente a la desembocadura, sus aguas se paseen sin prisas. La entrada en el primer templo diocesano no fue tanto para hacer estación como para, pronto, quitarse de en medio la cofradía. Otras tres acudían tras ella para suprimir todo vestigio de gozo final. Y, con todo, ahora me encuentro con deber cumplido y la penitencia efectuada al albur de novedades que marcarán un hito, esperamos que puntual, en la historia del Perdón.