LA BOCINA

Diez años después

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El sábado de la pasada semana se cumplieron ya los diez años transcurridos desde aquel entrañable mediodía en el templo parroquial de San Miguel. Eso sí, hasta que llegó la noche del día del cumpleaños no me percaté de que tan especial efeméride se me estaba escapando de las manos sin apenas darme cuenta. Y eso no podía ser, que para ello me costó tanto esfuerzo. Así lo recuerdo el menos.

Entonces fue cuando, a la caída de la noche, comenzaron a desatarse, con riqueza evocadora envidiable, los mil y un recuerdos de aquel 21 de marzo de 1999, Domingo de Pasión, en el que asistiera a un día, para mí, verdaderamente raro. Aún cobran vida, al menos en la memoria, que habitualmente es tan benigna con aquello que el pasado nos ha deparado, las escenas del que fue un acontecimiento verdaderamente único.

Amanecí, esa luminosa mañana, con la percepción de que me había metido en una inevitable boca de lobo. De hecho, no recuerdo que durmiera especialmente bien, aunque al menos encontraba en la familia un aliento con aire festivo que resultó digno de encomio. Y me enfundé en un traje negro que me reportaba la sensación de aquella boda desde la que apenas habían pasado aún siete años.

Llegué, en mi renault 19 blanco, a un patio de la Catedral cuajado del entusiasmo de mis hermanos del Perdón, de mis amigos de aquella ya desaparecida tertulia Er Candié y, por supuesto, de mi familia, aunque sólo parte. El resto se arreglaba aún para el fasto. Un café mal tomado y un par de alpisteras constituyeron el único desayuno que el cuerpo me permitía. "¡Pero qué narices hago yo aquí!", decía.

Y el descapotable amarillo que se ocupó de llevar José Antonio Montero y la oración en la ermita de Guía un año después de que mi Hermandad la tomara como su sede canónica y la aparición en la Puerta de la Inmaculada de templo del Arcángel en el mismo coche y la espera en una sacristía que acogía, por igual, a alentadores del pregonero como a desesperaciones de éste elegido por el recordado Lete.

¿Cómo se me pudo olvidar la década transcurrida desde aquella fuerte impresión recibida en el atril de San Miguel? El Pregón de la Semana Santa ha vuelto cada año desde entonces. Renació en el alma de este cofrade periodista cuando le tocó a Paqui Durán Redondo, a Enrique Víctor de Mora y Quirós, a Jesús Rodríguez Gómez, a Miguel Trujillo Pérez, a Antonio Rodríguez Liaño, a Pepe Castaño Rubiales, a Andrés Cañadas Salguero o a los mercedarios Felipe Ortuno Marchante y el tan recordado padre Jesús Fernández de la Puebla Viso.

Con cada uno de ellos, amigos todos por supuesto en mayor o menor medida, se reencarnó en mí todo lo vivido en marzo del 99. Ya hace diez años -¡qué barbaridad!- y aún me sorprende que me llegara semejante responsabilidad pregonera antes de que le ocurriera a algunos cofrades como éste que se prepara para, hoy domingo, ocuparse de cantar las vísperas de la Semana Mayor de 2009.

Es curioso que, hace ya ocho días, casi se me pasase la fecha en la que, realmente, se cumplía el décimo cumpleaños de mi Pregón de la Semana Santa de Jerez y que, sin embargo, esté tan convencido de que cuando Manolo Garrido llegue, este mediodía, al Teatro Villamarta se desencadenarán toda suerte de evocaciones dignas de la desatada emoción que, espero, me aguarde un año más.