ANÁLISIS

El plan 'Afpak'

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A Barack Obama le gusta apostar. Los presidentes de EE UU suelen posponer sus proyectos más atrevidos hasta haber cumplido su primer mandato. Pero Obama ha tenido que correr más riesgos en sus primeros 70 días en la Casa Blanca que los que asumieron en años la mayoría de sus antecesores, adoptando decisiones altamente complejas en temas como la economía y la política exterior. Y sin saber si van a tener éxito o no. Su última apuesta ha sido la publicación de su plan sobre Afganistán. Al igual que le ocurre con la crisis económica, Obama no tiene más remedio que coger el toro por los cuernos.

Mientras Irak llamaba la atención del mundo y del presidente Bush, la guerra en Afganistán se estancó fruto de objetivos confusos, métodos equivocados y unos aliados sin la suficiente fortaleza. Un conflicto que ya no se limita al país afgano, sino que compromete también a Pakistán. Es la llamada 'guerra Afpak', en alusión a la zona fronteriza entre los dos estados que es fuente de la inestabilidad que condiciona la región. En concreto, alberga los campos de entrenamiento para los militantes islamistas que amenazan a las sociedades occidentales y a los gobiernos musulmanes no radicales. Afganistán constituye un riesgo, pero Pakistán, con su poder nuclear, lo es aún más: antes de su asesinato, Benazir Bhutto tachó a su país como «el más peligroso del mundo». Una intensificación del conflicto en 'Afpak' y un aumento en la influencia de los talibanes y/o Al-Qaida conllevarían todavía más inseguridad para una zona ya inestable.

Por ello, EE UU pretende que poderes regionales como India, China, Rusia, Irán y algunos de los estados del Golfo se involucren más en el intento de poner orden en su patio trasero. Un 'Afpak' estable beneficiaría a todos los estados colindantes; de lo contrario, el radicalismo puede extenderse si se produce un mayor deterioro de la situación. ¿Funcionará el plan de Obama? Quizá, pero sólo si se cumplen unas condiciones. Primero, que el Gobierno afgano de Hamid Karzai asuma más responsabilidades en el curso de los acontecimientos de su propio país y, en concreto, ayude a eliminar la corrupción. Y segundo, que la clase política paquistaní se implique en la integridad y seguridad de su territorio, algo que, como demostraron los atentados de Bombay, de momento no hace. Que el plan de Obama dependa, entre otras cosas, de dos gobiernos frágiles no resulta muy esperanzador.