EL RAYO VERDE

Esto ya no tiene un cuplé

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El Concurso del Falla, pese a quien pese, es un Carnaval en sí mismo. Luego viene la calle, los actos del programa oficial, el Carnaval Chiquito, que se participan y se disfrutan, pero aunque hemos hecho muchos esfuerzos por reivindicar que hay Carnaval más allá del concurso, lo cierto es que el protagonismo del Falla, que es el de las agrupaciones con su componente de competición añadido, sigue siendo innegable y merece un análisis despacioso. Este mundillo complejo, de filias y fobias, de rivalidades, cada vez más complejo en su puesta en escena, es hijo de su tiempo, de «su circunstancia», como no podía ser de otra manera, y traslada como pocas cosas el «estado de la ciudad» a través de las letras. Ideas, conceptos, mensajes, intenciones que resumen lo que ha pasado y cómo ha importado al personal. Ya lo certificó Bartolomé Llompart, que lo llamó «periódico del año». De hecho, a veces en la redacción comentamos que «esto tiene un cuplé», o un pasodoble si el tema es «de sentimiento».

Sin embargo, la mayoría de las cosas que pensamos que «tenían un cuplé» no lo han tenido. La crítica municipal y la alusión a las cuestiones locales, incluso las que han movilizado a la gente, como los célebres quioscos, han perdido presencia, avasalladas por las letras «a concurso» o las fácilmente vendibles en los escenarios de toda España. No es un asunto nuevo, pero este año se ha visto de manera llamativa. Para mí que, aparte de las razones «comerciales» de las agrupaciones, el desinterés por lo local y el abandono de la función de látigo de la política se debe no a una censura por parte del Ayuntamiento, o incluso de la Junta, que no premiarían o contratarían a los «críticos», sino al miedo a que esto suceda que sienten los autores y los componentes. Habría que pensar si no es que el poder ha dado indicios de que tal cosa es posible que suceda, si no ha habido ventajas para «los amigos», o sospechas de ellas, también en el Carnaval.

Influye también la evidente desmovilización social, el retraimiento ciudadano de la cosa pública. Aquí nadie se mete en camisa de once varas si puede no hacerlo. Lo peor es que antes lamentábamos que a Cádiz se le iba toda la fuerza rebelde por la boca, que se cantaba la queja acumulada durante el año y luego se olvidaba, pero ahora ya no pasa ni eso. Lo ha retratado muy bien Tino Tovar en el pasodoble dedicado a Carlos Díaz, al comparar las barbaridades que el ex alcalde tuvo que escuchar en el teatro con el perfil tan bajo que tiene hoy la crítica a Teófila Martínez. Una de las honrosas excepciones, por cierto, en los repertorios de este año.

Los autores tendrán que pensar si no están dejando de cumplir su papel esencial, porque la crítica, la catarsis, es indispensable para la fiesta. El Carnaval ha sido sobre todo letra -«¿las coplas, las coplas!», que aún grita el postulante- un poco menos música, un tipo sencillo y poco más. Ya nadie acabaría en la Prevención, como los históricos, que era un ingrediente básico de la épica del Carnaval gaditano, y no sólo porque ya la guardia urbana no revisa los repertorios. Integrados, socialmente reconocidos, los autores del concurso ahora tienen poco que ver con los que hicieron esta fiesta, con los antiguos chirigoteros o coristas, que serían menos cultos, pero eran más arriesgados.

No se puede perder el torrente ácido del Carnaval. Aunque todo se envilezca cada día un poco, la fiesta de los gaditanos tiene que resistir y mantener su identidad como espacio de libertad. También el concurso, epicentro, ombligo de Don Carnal, ese espectáculo excepcional que llena el teatro, con tan grandes colas como escasas excepciones, durante 25 sesiones seguidas, incluso sin que se sepa quiénes componen el cartel.

lgonzalez@lavozdigital.es