SIN FUTURO. Este viticultor recalca que «el Marco nunca ha vivido una crisis como la actual». / J. F.
Jerez

«Es una ruina, yo iba a arrancar con o sin ayuda»

Sebastián no tardó ni dos días en quitar sus últimas hectáreas de viña que «puse hace 30 años con mis propias manos»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La carta llegó a su casa esta misma semana, y una vez comprobado que le habían dado luz verde Sebastián Moya no tardó ni dos días en arrancar la viña a la que tiene tanto cariño y que él mismo plantó hace ya unas tres décadas junto a Joselín, trabajador en su finca y fiel testigo junto a él de que «hoy en día este sector es una ruina, y por más que me duela sólo puedo optar por quitar las cepas».

Desde la carretera de Rota se divisa la finca que Sebastián tiene casi enfrente de la viña del Caballo de Grupo Osborne y en la que hasta hace una semana aún pervivían cinco hectáreas de viñedo, las últimas que mantenía este viticultor que ya había aprovechado un anterior proceso de reparto de primas para el arranque.

Allí ahora sólo quedan las cepas arrancadas de la tierra que la próxima semana se recogerán con un tractor, se quemarán y dejarán libre el suelo para nuevos cultivos. Tampoco queda rastro de alambres o de las espalderas a los que se abrazaba la viña.

«Yo tenía muy claro que la del año pasado era mi última vendimia y que iba a quitar la viña, llegara la ayuda o no», explica Sebastián, que reconoce que «he podido arrancarla tan rápido porque ya había hecho todos los preparativos y había retirado las espalderas y todo lo demás». Mientras habla mira de reojo la tierra, con mucha tristeza, y admite que «también me he dado tanta prisa en eliminarla porque me da mucha pena después de tantos años».

En su caso, su afición por la viña no le viene sólo de que se haya dedicado a ella toda la vida, sino también porque él formaba parte de los grupos de expertos del Marco que recorrían todo el mundo a la búsqueda de mejoras para el viñedo de la zona y que llevaban el nombre de Jerez y de sus excelentes vinos a cada país en el que ponían los pies. «En aquellos tiempos, uno regalaba a cualquiera una caja de vino de Jerez de las que viajaban con nosotros y era como si regaláramos un tesoro», recuerda antes de lamentar que «ahora el jerez no tiene prestigio, vale un precio ridículo, y la culpa es de las bodegas que se han dormido en los laureles de los éxitos pasados».

También responsabiliza a las bodegas del exceso de producción que existe en la zona. «Antes las empresas tenían viñas sólo de forma testimonial, y compraban a los viticultores. Pero empezaron a plantar y plantar, pese a que les cuesta más producir la uva que comprarla, y ahora esto es una ruina».

Y las encara al afirmar que «todos los problemas que tenemos en la Denominación de Origen se solucionarían si el brandy que dice que es de Jerez se hiciera con productos de esta zona», puntualiza Sebastián antes de insistir en que «de esta forma no sólo no sobrarían uva y mosto, sino que faltarían».

Sebastián es realista y recalca que «una crisis como la que está viviendo hoy la viticultura del Marco de Jerez no se ha vivido nunca. Lo que ocurre ahora es muy grave y ya no se vislumbran muchas salidas». Y no habla por hablar este socio de la cooperativa de Las Angustias que hace hincapié en que «no se vende el mosto, en la cooperativa aún queda el 40% de hace dos campañas y el 100% de la pasada; y si se vende es a la mitad de lo que vale y por debajo de lo que cuesta mantener la viña».

Este viticultor ya lleva varios años «perdiendo» dinero con cada campaña, por eso «he tenido que arrancar la viña y abrir la puerta a otros cultivos, porque de ella ya no se puede vivir». En su caso, como la notificación ha llegado tarde para los cereales va a apostar por el girasol, que quiere que esté plantado en un par de semanas.

Y aunque necesita la tierra y necesita seguir sembrando -«con los escasos 500 euros que cobro de jubilación después de toda la vida trabajando no se vive»- no puede evitar la nostalgia al recorrer el lugar en el que antes estaban los linios y las cepas de su viña vieja, de ésas que definían el paisaje de una comarca marcada por la producción de exquisitos caldos.

Para él ha sido duro. Pero la realidad le ha dado razones de sobra para dar este paso y no mirar atrás. «Los productores están agotados, en números rojos, y al final todos acabarán por quitar la viña aunque no haya subvención».

De sus cinco hectáreas de viña ya sólo le quedan las fotografías que hizo poco antes de quitarla. «Cuando las plantamos con nuestras propias manos Joselín decía a ver quién es el que las ve arrancadas. Y al final las hemos arrancado nosotros».