CALLE PORVERA

Impactada

Tengo un nudo en el estómago desde que el sábado, cuando andaba yo despreocupada y disfrutando de la visita a Jerez de unos buenos amigos, uno de ellos recibió una alerta en su móvil y me dijo muy serio: «El ex novio de la chica ha confesado. La mató él».

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Nunca tuve esperanzas de que la desaparición de Marta del Castillo pudiera tener un final feliz. Una cría que no daba demasiado la lata, obediente y bastante integrada en su entorno, no se marcha tantos días de casa. A lo sumo, una rabieta se puede traducir en un par de días, pero el paso de las semanas casi certificaba que algo trágico tenía que haberle ocurrido la noche de su desaparición.

En estos pocos días que a su familia se les tienen que haber convertido en un infierno sólo he podido pensar en qué se le pasa por la cabeza a un jovenzuelo de 20 años para asestar un golpe mortal a una cría, en qué narices de lealtad y amistad mal entendida compartía el asesino confeso con el amigo que le ayudó a deshacerse del cuerpo y arrojar a Marta al río, en cómo es posible que el ex novio agresor haya sido capaz de mantenerse en silencio e impertérrito durante tantas semanas a pesar de que veía a la familia de la chica desmoronarse poco a poco, en qué leches estamos haciendo mal hoy en día para que una pandilla de niñatos crea que la mejor salida a una desgracia como la ocurrida fuera esconder las pistas y fingir naturalidad como si nada hubiera pasado. Es mostruoso y da mucho miedo.

También me asusta el morbo mediático en torno a este suceso, el que se traspasen todos los límites y en ocasiones se olviden la prudencia, el respeto y el buen gusto a la hora de informar.

Al final siempre es cierto aquello de que el hombre es un lobo para el hombre.

ppacheco@lavozdigital.es