MAR ADENTRO

Espera se queda sin cigalas

David Hidalgo lo recuerda en su cojonudo libro Palabrario Andaluz (Ed. Almuzara): «Tenga cuidado si en un bar de Espera (Cádiz) pide una cigala, porque le pueden poner un tractor en lo alto del mostrador». Y es que, en efecto, en dicha localidad a menudo olvidada de la sierra de Cádiz, se les llama cigalas a los tractores, pero ambos empiezan a escasear. El hambre se masca porque ni hay trabajo en el campo ni sucedáneos en la construcción, hasta el punto de que las pymes que antes se las maravillaban en el ladrillo ahora acompañan con sus furgonetas a los trabajadores en conatos de huelga general.

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En Espera, en el momento presente, no hay cigalas sino un paro ubérrimo, casi completo, de una población de cuatro mil almas, con un pasado cargado de historia y un futuro sobrecargado de incertidumbre. Como cada miércoles, hoy toca encierro en las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo (SAE). O viaje a Madrid, para dar la bronca ante el Congreso de los Diputados. O a Cádiz, para reclamarle al subdelegado del Gobierno lo que antes se le demandaba a los gobernadores civiles, que a veces mandaban a los antidisturbios para disolverles con balas de goma en vez de reunirles en amor y compaña al calor de las jornadas agrícolas.

Espera desespera. No es un chiste fácil, sino verita-veritatis, eso que llamamos la realidad. La semana pasada, se juntaron cuatrocientos en la oficina de empleo. Y luego, un centenar se dirigió a las instalaciones del Banco de Andalucía en dicha localidad. Se acabaron los camborios que andaban por el monte solos y se acabaron los sindicalistas del campo como Paco Casero encadenados a las maquinarias del señorito en el alba de la transición democrática. En la actualidad, Casero no olvida sus compromisos campesinos y pacifistas, pero se dedica a la agricultura ecológica. Y los terratenientes de antaño vendieron sus tierras a las transnacionales o anticiparon herencias para fragmentar las propiedades y poder trincar mayores subvenciones europeas. Lo cierto es que la reforma agraria no la hicieron los anarquistas sino los burócratas de Bruselas, pero la tierra sigue sin ser para quien la trabaja, porque ya apenas se trabaja la tierra y hoy, en vez del cortijo, los proletarios del mundo, boquerones perdidos, se movilizan contra el rostro del poder que tienen más a mano, que no es otro que el de la banca y el de la Junta de Andalucía.

Lejos de Casas Viejas, tanto en el tiempo como en el espacio, el pueblo no está en puertas de la huelga general revolucionaria sino que Izquierda Unida, el Sindicato Andaluz de Trabajadores con el Sindicato de Obreros del Campo simplemente reclaman un PER especial de cuatro meses de trabajo para quienes trabajen en el Campo y en el llamado Régimen General; que se eliminen las peonadas para cobrar subsidios; que se ponga en marcha un plan de inversiones públicas que genere empleo; que se cree un subsidio especial para quienes no cobren prestación alguna y que se establezca un plan de ayudas y bonificaciones para pagar las hipotecas. Vamos, que los espereños no están pensando en tomar el palacio de invierno sino, a poder ser, tres o cuatro comidas diarias. No son los únicos, por cierto, pero ellos han decidido no permanecer de brazos cruzados, a la espera de imposibles cigalas.