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PGOU: carta de intenciones

No oiremos hablar de otra cosa durante los próximos meses. El PGOU -para entendernos, el pegou- para arriba y para abajo o como simple excusa para que PSOE y PP y IU y el que se tercie se tiren los trastos a la cabeza, mientras al ciudadano las siglas le marean y llega un momento en que deja de prestar atención. Y no es por ponerse exquisitos, pero de este documento y, sobre todo, de su grado de cumplimiento depende buena parte del bienestar futuro de la ciudad.

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Aquel artículo de la Constitución de 1812 que aseguraba que el Estado debía velar por la felicidad de los españoles, hoy debería cambiarse por el siguiente: «El PGOU deberá velar por evitar la desaparición de Cádiz». Y en esas está o están los que han hecho el nuevo planeamiento: en encontrar fórmulas que nos permitan hacer realidad esa frase tan de moda entre los que marcan la moda: reinventarse para sobrevivir. Si apenas queda nada de Tabacalera, Astilleros es un reducto y las demás se fueron hace tiempo, habrá que tirar hacia algún lado.

Sin embargo, un PGOU no deja de ser más que una carta de buenas intenciones. Es como cuando uno es adolescente y soñaba con ser una mujer de mundo. Hablar francés, inglés, alemán, tagalo y malayalam, si era posible. Tener un tipazo. Y ser presidenta del consejo de administración de Microsoft y/o cinco o seis niños rubios de anuncio televisivo cuidados por una nanny impoluta. O un marido como Clooney pero sin ser cerdo. (Sin su cerdo, quería decir).

En fin, sueños. De ahí a la realidad, media un abismo. Existe el riesgo de que esa adolescente acabe alcohólica, vagando por la Zona Franca, con sus pertenencias metidas en un carro del Día.

Que los proyectos que se ponen sobre papel salgan adelante depende no sólo de los políticos, sino del empuje de los que votan y de los que no se acercan a una urna. De que todo el mundo, desde Cortadura al Mentidero arrime el hombro -o el pie- para no perder el tren. De circunstancias externas, pero también de la voluntad de los que decidieron quedarse a vivir en estos cinco kilómetros cuadrados de terreno.