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La verdad

Se nos llena la boca con nombrarla; nos indigna su ausencia en las respuestas de políticos y amantes; los poetas la buscan y es muy probable que su existencia sea un tanto fantasmal; es ella, la verdad. Y se construye con dos elementos que la convierten en difícil de digerir: una lógica absurda dentro de una arbitrariedad absoluta. Transitamos una crisis cuyo rostro ha dibujado la más absoluta arbitrariedad de quienes se erigieron como gurús de la economía, sin embargo tiene intacta la lógica de cebarse con los más débiles y es muy probable que forme parte de un plan más ambicioso: deshacerse de unos cuantos miles de habitantes, inservibles y prescindibles. Semejante proyecto parece de una lógica aplastante y su arbitrariedad se funda en el azaroso azar de que unos nazcan en los arrabales y otros en el corazón de la abundancia. Estas dos simples leyes de la verdad navegan tanto en proyectos universales como en las pequeñas y chapuceras malas artes caseras; explican la lógica de los jueces que se van a la huelga y el absurdo de saber lo poco que han currado; ponen de manifiesto hasta dónde llega la ambición política, sea de Livni o de Aguirre. Por eso, la verdad no le gusta a nadie, ni siquiera ella se gusta demasiado cuando se mira en el espejo de sus actos. También por eso la verdad no resulta útil salvo que se disfrace de una buena combinación de mentiras asumidas por todos. Las mentiras se hacen literarias y glamourosas a la par que la verdad se convierte en escándalo.

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Lo que ayer fue verdad inapelable, aliado amigo y demócrata, mañana se diluye en el espectro de 'enemigo'. Lo que era verdadero bajo mi mandato se muta en mentiroso al mandar otro. La verdad llega al grado de norma si me puede ser útil, para transformarse en anatema si me irrita las gónadas de la ambición. La verdad es una para el marido, otra para el cornudo y aún resta una tercera para el amante. Incluso puede llegar a ser diferente para el mismo tan sólo con el paso del tiempo. Salvo para Aznar, claro. Tal vez por eso Bush no le regaló una medalla: el español, como los Tercios de Flandes, mantenía verdades donde el anterior jefe del imperio había colocado excusas. En nombre de la verdad se han bendecido cruzadas, quemado brujas, desatado guerras... ¿A quién le extraña, por tanto, que existan tantas verdades contrapuestas en el caso de los chapuzas espías madrileños?