ATERRORIZADO. Voluntarios atienden a un inmigrante en un barco de los Guardacostas italianos. / ANTONELLO NUSCA
MUNDO

Tragedia y farsa en Lampedusa

Esta pequeña isla es el principal punto de desembarco de la inmigración ilegal en Europa y al drama humano se une la ligereza de la política italiana

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En España se habla mucho de los cayucos de Canarias, pero eso no es nada. Ahora es Italia la frontera de la inmigración y la punta de choque es un islote diminuto, Lampedusa. Absorbe la mitad de las pateras de Europa, 31.000 personas en 2008, el doble de las de España. Lampedusa, cuatro kilómetros de ancho por once de largo, ha estallado. En su espartano centro de acogida, de 800 personas, se han aglomerado casi 2.000. Es de paso y algunos llevaban mes y medio. El pasado sábado un millar forzó la puerta y salió a protestar. «Fuga de Lampedusa», clamó la prensa italiana. Los vecinos se les unieron, porque no quieren un nuevo centro. Pero todo ha sido una comedia en torno a una tragedia. Pasa en Italia.

En realidad, los inmigrantes no se escaparon. Fueron los vecinos quienes les animaron a salir. Hasta les pusieron música africana. Pero no por solidaridad, sino porque el caos de un millar de emigrantes airados por Lampedusa, que tiene sólo 6.000 habitantes, era una imagen impactante. La que necesitaba el pueblo, en pie de guerra contra un nuevo centro de identificación y expulsión (CIE). Hasta ahora los extranjeros eran invisibles. Las autoridades los rescatan en el mar, los llevan al centro de acogida y, días después, en avión a la península. La tragedia humana está muy clara, pero se olvida tanto por la costumbre como porque se esconde. Ahora hay 400 policías en la isla y está aún más controlada.

Los vecinos de Lampedusa sólo piensan en el turismo, casi su única fuente de ingresos. «¿Escribe que la isla es muy bonita!», repiten. El año pasado las visitas cayeron un 30% y lo atribuyen a la publicidad negativa de los inmigrantes. Es otra imagen falsa. No hay desembarcos en las playas. Los recogen antes. «Llaman a este mismo teléfono», dice un oficial en la capitanía del puerto. El teléfono ahora guarda silencio, hay mal tiempo. Cuando zarpan de Libia o Túnez ya saben a qué número llamar para que vayan a buscarles. Pagan de 1.000 a 2.800 euros y tardan dos días en llegar. Si llegan. Que se sepa, han muerto 642 en 2008.

El nuevo centro estará en la vieja base norteamericana, cerrada en 1986 tras un ataque de misiles de Libia, pero el Gobierno no ha dado más detalles. La delegada de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), Laura Boldrini, sale de las instalaciones y no entiende nada: «Apenas caben 150 personas, es un lugar improvisado, un refugio de marineros». Reina la confusión habitual. Será como una cárcel, pero los lampedusanos imaginan un albergue del que los sin papeles entran y salen. «¿Te imaginas todos estos dando vueltas por el pueblo?», dice un vecino evocando el millar de extranjeros del otro día. Definitivamente, fue una hábil puesta en escena. También ha servido para infundir inseguridad en una isla donde nadie cierra la puerta con llave, porque un centenar tardó un día en volver al centro. Algunos no sabían ni que estaban en una isla y se vieron ya libres, correteando por Europa.

«Aquí vienen sobre todo turistas nacionales, y están cansados de ver inmigrantes todo el año», dice el propietario de un hotel. En resumen, no quieren africanos por las calles. Si no, adiós al turismo. Aunque Lampedusa también vive de los inmigrantes, mientras no se vean. Es sólo el primer eslabón de la cadena, que termina en cultivos y fábricas. Le sacan dinero a lo que llega: ellos y sus barcos. El centro de acogida, oculto en una hondonada, lo gestiona una empresa por 10 millones y da empleo a 70 vecinos. Muy cerca está el cementerio de naves. Otro negocio de un millón de euros, pues son residuos especiales y en 2008 arribaron 397 barcos.

El último rincón de Italia

Con todo, no se puede juzgar severamente a la gente de Lampedusa. No es racismo, es supervivencia. Es el último rincón de Italia, y si el sur está olvidado por el Estado, esto es el sur del sur. Hay que estar aquí en invierno para comprenderlo. El abastecimiento depende de un barco que emplea ocho horas desde Sicilia. Esta semana no ha llegado en ocho días, por el mal tiempo. En las tiendas clareaban las estanterías. La escuela lleva dos semanas cerrada tras caerse un trozo de techo. Desde junio sólo llegan aviones ATR-42 de hélices. Hay un centro de socorro, pero para cualquier cosa grave, helicóptero a Palermo. En Lampedusa no se puede ni nacer. Y si alguien muere en Sicilia cuesta 7.000 euros que vuelva para enterrarlo. Vivir en Lampedusa es otro drama real. Esta semana la familia Riso llevaba cinco días esperando el cuerpo de Angela Costanza, de 70 años, que murió por no ser trasladada a tiempo.

Hasta aquí el sufrimiento, que enfrenta italianos pobres contra extranjeros mortalmente míseros en un islote dejado de la mano de Dios. Pero en los contornos surge rápidamente la farsa. Al frente, el primer ministro, Silvio Berlusconi. A los pocos días de contar chistes sobre nazis y judíos tuvo otra frase memorable ante la salida masiva de los inmigrantes: «Sólo han ido al pueblo a tomar una cerveza». El estilo de Berlusconi es de teletienda -sonrisas, chistes y felicidad virtual-, pero la crisis de Lampedusa nace de la ligereza y la improvisación. Como señal disuasoria, el ministro de Interior, Roberto Maroni, de la Liga Norte, decidió dejar de trasladar los sin papeles a la península y repatriarlos directamente: no pisarán más Italia para desaparecer de los centros temporales. De hecho la fuga ilusoria le dio la razón, no se puede escapar de Lampedusa. El problema es que Maroni apenas hizo más. Repatrió por primera vez a 44 egipcios el 30 de diciembre. Resultado: al cabo de unas semanas el centro de acogida estaba al doble de su capacidad. El principal grupo eran tunecinos, un millar.

Acuerdos de repatriación

Los barcos que llegan a Lampedusa zarpan de Libia y Túnez. Maroni no ha viajado a Túnez hasta este martes, tras los incidentes, a negociar acuerdos de repatriación. Tardarán dos meses en sacar a la mitad de los tunecinos. Por cierto que en Europa no se habla nada de Túnez, un estricto régimen policial, y por eso no se entiende de dónde salen. En cuanto a Libia la idea es que dejarán de partir barcos cuando a Gadafi le dé la gana. El coronel siempre se ha entendido bien con los italianos -les ha arrancado el compromiso de no permitir el uso de bases estadounidenses contra Libia-, y ha utilizado la emigración, dejándola correr, como forma de presión para obtener algo a cambio. El Gobierno italiano firmó un acuerdo hace más de un año para establecer patrullas conjuntas, con seis naves italianas, pero el trámite ha dormido en el Parlamento. Con las prisas de la emergencia, por fin se va a aprobar. Italia tiene puestas sus esperanzas en Gadafi para que cierre el grifo. Ayudará el Tratado de Amistad firmado por Berlusconi, un acuerdo alucinante por el que Italia regala a Libia 5.000 millones, 250 millones al año, como indemnización de la época colonial.

El panorama político local también es para salir corriendo. El alcalde, Bernardino De Rubeis, de centro-derecha, es un tiarrón de dos metros con perilla, ex seminarista y maestro en el arte siciliano de la retórica. Sólo hay que verlo con la banda tricolor, megáfono en mano, haciendo demagogia: «No queremos ser Alcatraz, quieren hacer aquí un campo de concentración, Guantánamo...». Lo peor es que algo de razón tiene.

La teniente de alcalde, Angela Maraventano, dueña del restaurante 'El sarraceno', es más pintoresca: en el punto más al sur de Europa pertenece a la Liga Norte, el partido de Umberto Bossi que reniega de los paletos del sur. Vio el filón, se apuntó al partido -propuso anexionar Lampedusa a Bérgamo- y salió elegida senadora en Emilia Romagna. Con su sueldo de 9.000 euros quizá sea la más rica de la isla. Como está con el Gobierno, ahora en el pueblo la odian y el alcalde la echó. Recibe recluida en su casa y se desmelena enseguida. Pide confianza en el Ejecutivo y garantiza que no se verá un solo negro por la calle. «Estos pobres desgraciados no pueden venir aquí. Sólo como turistas, eso sí», argumenta. Se refiere a somalíes, eritreos o sudaneses que huyen de guerras, masacres de poblados y violaciones en masa.

Porque la emigración que llega a Lampedusa es en buena parte de refugiados. «Italia se ha convertido en la vía del asilo, en España el motivo es más económico», apunta ACNUR. El 75% de la emigración ilegal por mar en Italia pide asilo. Se concedió a la mitad de los solicitantes que llegaron a Lampedusa en 2008. Sin embargo, la política puede cambiar ahora.

El drama más profundo y oculto son los niños. Algunos de entre 12 y 17 años llegan solos, pero lo aterrador es que muchos desaparecen. De los 1.320 niños registrados el año pasado en Lampedusa se ha perdido el rastro de unos 400. Un tercio. En la península son alojados en casas de acogida y terminan por irse. A veces tienen teléfonos de familiares, pero otras caen en manos de mafias. La sospecha número uno es el tráfico de órganos. Era un rumor, pero anteayer lo confirmó el ministro de Interior.

Entretanto en Lampedusa se han volcado en los diez minutos de televisión de su vida. Es comprensible, pero llegan a los extremos teatrales característicos. Tras la fuga controlada la gran pantomima fue el martes. Para bloquear la llegada de la nave diaria se les ocurrió lanzar al agua a esa hora, las ocho de la mañana, una corona de flores «por los hermanos inmigrantes». Aunque el alcalde se quejó en verano de que «los negros huelen mal incluso si se lavan». Sin embargo el barco no zarpó por el mal tiempo y se fastidió el plan.

Sermón por megáfono

Tras una hora en la plaza, un millar de vecinos bajó al muelle. El alcalde fue sermoneando por un megáfono con la clásica mezcla político, sentimental y religiosa. Como era el día de la memoria del Holocausto, no tuvo pudor en evocar el fascismo, la Segunda Guerra Mundial y hasta los campos de exterminio nazis. A su lado, el alcalde de 'Bienvenido Míster Marshall' es un estadista británico. Luego se puede seguir el hilo de responsabilidades hasta Berlusconi, otro estadista. «¿Hoy parece la fiesta de la Madonna, sólo falta la estatua, pero si hay problemas iremos a buscarla!», dijo a la multitud. Luego le relevó el párroco, Don Stefano, compañero de seminario, que reiteró el rechazo al nuevo centro. El alcalde explicó luego que el presidente de Sicilia no había podido ir porque tiene miedo al avión de hélices, el que usan los vecinos. Iría al día siguiente en uno oficial. Luego tiraron las flores al agua. La romería siguió hasta un monumento al inmigrante en forma de puerta levantado en una punta de la isla. Al alcalde se le ocurrió que todo el pueblo pasara por debajo, cosa que hicieron en fila india. La gente, la verdad, necesitaba sentirse escuchada y hacer algo.

Al final de la jornada, el cadáver de la pobre señora olvidada en Trapani llegó en vuelo de Estado por orden del propio ministro Maroni. Las cosas en Italia se arreglan con una telefonata. Para ver a los inmigrantes -ocultos, utilizados, transportados, indeseados- hay que caminar campo a través hasta una colina, porque la carretera está cortada por la Policía. Saludan allí abajo con la mano, en el patio, como naúfragos en una isla desierta.