MALESTAR. Miles de islandeses se manifestaban contra el Gobierno el pasado noviembre por su mala gestión económica. / AFP
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Islandia busca refugio en la UE

Reikiavik olvida su rechazo comunitario y da pasos para la adhesión obligado por la crisis económica

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Islandia posa sus ojos en la Europa comunitaria. Descolgada por voluntad propia, como Noruega, del tren de la adhesión que los entonces socios de la Asociación Europea de Libre Cambio (AELE) pusieron en los años noventa del pasado siglo sobre raíles tras la caída del Muro de Berlín, el país isleño está reconsiderando sus posiciones estratégicas a raíz de la crisis económica que ha acabado con la legendaria prosperidad de este territorio tres veces mayor que Bélgica, con su exigua población de poco más de 300.000 personas y perdido entre las brumas del Ártico.

El comisario para la Ampliación, Olli Rehn, acaba de reconocer que la CE prepara para una próxima demanda de adhesión de Islandia, que sería tramitada aceleradamente, con la mirada puesta en una entrada temprana, posiblemente hacia 2011. Algo parecido sucedió a mediados de la década pasada con Suecia, Austria, Finlandia y Noruega, aunque esta última se desengancharía finalmente del proceso tras celebrar un referéndum en 1994 que rechazó la incorporación.

Para Islandia, un país en el que la economía depende de la pesca y, concretamente del bacalao, la adhesión a la Europa comunitaria, con la desaparición inherente de los derechos exclusivos sobre la zona administrativa de las 200 millas marinas, constituía un proyecto demasiado aventurado. El ejercicio de esos derechos llegó a movilizar a la Navy británica en 1976. Reikiavik no podía tolerar que sus preciosos recursos pasaran a ser administrados por Bruselas, en el marco de la denominada Política Azul. Sí aceptó integrarse en el Espacio Económico Europeo (EEE), una antesala para la adhesión que la UE firmó con la AELE en 1991, como una primera toma de posiciones ante la desaparición del esquema bipolar de poder que entrañó la caída del imperio soviético, pero no pasó de ahí.

Los islandeses no veían ventajas adicionales en formar parte de Europa como miembros de pleno derecho: el EEE les daba acceso a los mercados comunitarios, a cambio de aportaciones menores a la cohesión intracomunitaria; la adscripción al Convenio Schengen les permitía circular por el continente sin restricciones aduaneras, y no tienen que soportar dictados en materia de agricultura o pesca. Sus balleneros, por ejemplo, pueden seguir trabajando, algo que, integrados en la política pesquera común, no podrían hacer.

Cambio radical

La crisis económica ha trastocado completamente la situación. La divisa local se ha hundido, fruto de su exposición al crédito alegre y el país ha necesitado el apoyo del FMI para poder subsistir. Y su mala situación financiera se ha llevado por delante los ahorros y los planes de pensiones de los islandeses, provocando altercados callejeros inéditos. Con la corona por los suelos, la clase gobernante es consciente de que necesita una nueva moneda. Ninguna como el euro.

Pero si en Bruselas se están tomando posiciones ante una eventual demanda de adhesión de Islandia, en el país nórdico el debate está en la calle. Con los créditos al 18% de interés no podía ser de otra manera. Tras la caída, esta semana, del Gobierno liberal, los partidos políticos toman posiciones ante una campaña en la que la adscripción a la UE va a ser el factor determinante.

Encargados de formar Ejecutivo hasta unas próximas elecciones anticipadas -la ahora ministra de Asuntos Sociales, Jóhanna Sigurdardóttir, se perfila como jefa del Gobierno de transición-, los socialdemócratas son partidarios de convocar una consulta sobre la adhesión el mismo día de las legislativas, el 30 de mayo, pero el Movimiento de Inquierdas-Verdes, con los que aquellos están llamados a formar coalición, prefiere subordinar la entrada en la UE a otros temas más perentorios, como la situación financiera a corto plazo. Los socialdemócratas islandeses ya tienen antecedentes favorables a la incorporación a la Unión. Lo querían a comienzos de los 90, pero en condiciones pintorescas: preservando la totalidad de los derechos pesqueros para sus flotas.

Los movimientos islandeses de aproximación a Europa no son los únicos. La crisis ha dejado malparadas a las coronas danesa y sueca, mientras que la libra se desliza cuesta abajo, hacia una paridad con el euro desconocida que preludia cambios en la actitud de Reino Unido hacia la moneda única. Hungría, sometida a un plan de ajuste diseñado por el FMI, está cambiando a marchas forzadas su política de animadversión hacia la Unión Monetaria. Y polacos y checos, otros partidarios del liberalismo para aprovechar el tirón de crecimiento inducido por la adhesión a la UE, sin las limitaciones impuestas por la disciplina del euro, son ahora conscientes de que la cabalgada en solitario sólo es posible en épocas de bonanza.