MAR ADENTRO

Sangre sobre la 'play station'

En el portal de Gaza, no hay estrellas, ni sol ni luna. Hay una carnicería que, durante la tarde del lunes y entre otras muchas movilizaciones a escala estatal, también denunció Cádiz. A pesar del mal tiempo, durante la concentración de protesta convocada en la Plaza de San Juan de Dios, los gritos y pancartas parecían villancicos desesperados, afónicos llamamientos a imposibles hombres y mujeres de buena voluntad, con todo un Estado como Israel practicando el terrorismo frente a un puñado de palestinos que usa el terror para conseguir un Estado.

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Se nos atragantó la hannucka y el año nuevo musulmán. Se nos estampó un bombardero en la caja de los polvorones de Estepa. La virgen María dio a luz en un chekpoint y nuestro Javier Ruibal tuvo que suspender sensatamente su concierto en Tel Aviv, después de haber trotado una semana por Palestina, junto con la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia, que preside Cristina del Valle y que transitó por Cisjordania, desde Jericó a Hebrón, de Nablus a Belén y Ramallah, justo en vísperas de los últimos zafarranchos de combate. Hace unos días Salah Mohammad Salah, de la Autoridad Palestina, estuvo en Cádiz, donde recibió el premio de Derechos Humanos. En el oratorio de San Felipe puso en solfa la situación de la franja de Gaza, una cárcel al aire libre donde se hacina más de un millón de personas, sin víveres ni medicamentos: «Están permitiendo que se masacre a nuestro pueblo -acusó sin ambages-. La excusa que siempre se pone es que somos todos unos terroristas».

Ahora, transcurre la enésima masacre a la que asistimos, ¿desde el 48, desde el 67, desde el verano de 2006 cuando llovieron chuzos de muerte sobre esa misma región? Cierto es que nadie tiene toda la razón todo el tiempo, ni allí ni en ningún otro lugar del mundo. Pero tampoco vale el recurso salomónico de repartir culpas a partes iguales. Cierto es que los de Hamás no son unos santos ni los israelíes intrínsecamente perversos, pero entre los misiles de mortero Kassam que lanzan los palestinos y la artillería pesada de Israel con cientos de víctimas de una tacada, media la misma diferencia que entre la honda de David y las gigantescas malas pulgas de Goliat. Desde las tribunas de oradores se hacen llamamientos a la calma y peticiones mutuas de cese el fuego: no hay ningún crimen que sea inocente, pero no hay color cuando aquí se matan moscas palestinas a cañonazos.

Un torrente de palabras y gestos de impotencia se entremezclan con el alumbrado navideño de Cádiz o cuelgan de los árboles de navidad multiusos que el Ayuntamiento ha dispuesto en distintas zonas del casco urbano, cuyo colorido puede servirnos para carnaval y cuya forma de capirote tampoco desmerecería a nuestra Semana Santa. Tierra Santa vuelve a ser Tierra de Sangre, en un vía crucis colectivo mientras los Pilatos del nuevo orden mundial se lavan eternamente las manos. En estos días de niño Dios, volvemos a enfrentarnos a una nueva matanza de inocentes: abundan los menores de edad entre las víctimas habitualmente civiles de los bombardeos de Israel. Y, lo peor es que, releyendo la carta de los Reyes Magos, no sé si decidirme a comprar un ipod fashion o una play station último modelo. A ver si acaba el maldito telediario y los anuncios me sacan de dudas.