A PUNTO. Soldados israelíes limpian el cañón de un tanque cerca del kibutz de Beeri. / REUTERS
MUNDO

Hamás falla en la guerra psicológica

Los islamistas creyeron que Israel frenaría su ofensiva con tal de preservar la suerte del soldado Gilad Shalit

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Que nadie espere que Hamás levante la bandera blanca. Hamás no se va a rendir, su honor, están convencidos, es el de honor de Gaza y va a emplear hasta el último aliento en intentar responder a Israel.

El domingo, el canal oficial de televisión egipcio emitía un boletín especial de noticias asegurando tener información de que el soldado judío Gilad Shalit, en poder de Hamás desde el 25 de junio de 2006, había sido herido en uno de los bombardeos a la Franja. Las autoridades oficiales de Israel reaccionaban con impostada calma, dando por hecho que se trataba de un primer intento de guerra psicológica para condicionar la continuidad de la operación Plomo sólido, que sigue adelante de todas formas.

El soldado Gilad Shalit ha sido uno de los errores de cálculo con los que Hamás se ha engañado a sí mismo para no querer ver la inminencia de esta ofensiva. El militar había cobrado en el imaginario del movimiento radical la forma de un enorme escudo de inmunidad: hasta donde se sabe, el joven cabo es el único uniformado perdido por Israel entre Líbano y la Franja que está vivo. Y Hamás pensó equivocadamente que el Ejército contendría cualquier escalada con tal de preservar su suerte. Y que el Gobierno de Ehud Olmert accedería a mejorar las condiciones de una segunda tregua con los islamistas -particularmente, abrir las fronteras de Gaza-, si con ello avanzaban en la negociación para recuperar al soldado. Con esa ambición rompieron el primer trato de alto el fuego, confiados también en su crecido poderío militar: 15.000 hombres entrenados, misiles antitanque, una red subterránea de túneles-trampa...

Hamás no quiso oír el día 11 de diciembre las declaraciones de la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, en las que advirtió, para escándalo de sus ciudadanos, que «todos queremos a Gilad de regreso, pero -añadió cortante- no siempre es posible». Ahora sus palabras cobran sentido: el ataque estaba ya entonces, posiblemente, decidido. Y cuando Israel ha bombardeado más de 210 objetivos de Hamás -laboratorios, oficinas, escondites, viviendas-, no está fuera de lo probable que Shalit haya resultado muerto. Pero nadie se pregunta por ello.

Otro fallo

Los islamistas han tratado en vano de atraer la atención sobre el muchacho, que era su gran garantía de seguridad. Su otro gran error fue creer que, al filo de unas elecciones generales, Israel iba a apostar a cualquier precio por no abrir la caja de la guerra. Pero simplemente, dejarlo para más tarde era peor: en EE UU ahora hay vacío de poder perfecto para tomar decisiones por libre, en enero toca campaña y en primavera, Israel espera al Papa.

Un «tratamiento de choque» por sorpresa ha sido la fórmula elegida para saldar con Hamás unas cuentas que se remontan a su victoria en las urnas en 2006: el lanzamiento de cohetes, las escaramuzas y ataques en la frontera de Gaza, su fortalecimiento militar con ayuda de Irán y Hezbulá. Y su macabro juego de intentar utilizar hasta la eternidad a Shalit como moneda de cambio.