MEMORIAS. Los cuatro profesores en una de las primeras clases de educación especial del centro gaditano. / ANTONIO VÁZQUEZ
REPORTAJE

30 años en las aulas de autismo

El primer equipo de educadores del Colegio Gadir fue pionero en España en el tratamiento pedagógico de niños autistas, que por aquel entonces eran considerados enfermos mentales

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Poco se había escrito sobre autismo cuando un inspector de Educación empezó a hacer llamadas a profesores para crear las primeras aulas para niños con esta deficiencia. La iniciativa surgió por la insistencia de los propios padres y el empecinamiento de una Administración educativa, casi en pañales, que por aquella época ya hablaba de planes de calidad y continuidad de los estudios. Era el año 1979 y el Gobierno aún tiraba con la antigua Ley de Educación General del setenta, aquella de los ocho cursos de EGB, seguidos del BUP y el COU.

En este sistema se hizo un hueco a la enseñanza especial, que empezó a levantar cimientos en un aula del Colegio Gadir, recién estrenado en aquel curso. El grupo se reducía a dos maestras, Araceli Eslava y Ana Lora y un alumnado de siete niños que apenas hablaban y tenían graves problemas de conducta. La cobertura se quedó corta y era necesario buscar ayuda, que vino directamente de dentro. La hermana pequeña de Araceli, Mari Carmen, se sumó al proyecto con apenas 17 años y con planes de estudiar Magisterio.

«El primer curso fuimos a salto de mata, sabíamos muy poco del trastorno y nadie había trabajado antes con estos niños», explica la profesora Eslava. Para el año siguiente era necesario contar con el asesoramiento de un especialista y fue cuando se incorporó Salvador Repeto, que trabaja ahora como psicólogo en el centro de la Asociación Autismo Cádiz de Puerto Real. Él ya había tratado casos y serviría de nexo entre el método clínico y el pedagógico, que se unían por primera vez en España en un centro frente a la Bahía.

Salvador recuerda que los primeros niños llegaron con muchos problemas de comportamiento y hubo que empezar a trabajar con las familias. «Cuando se les estructuró la vida a estos chicos se redujeron los problemas». El autista necesita una dinámica monótona para poder entender la sociedad. Cualquier acontecimiento que se sale de su rutina puede terminar en una crisis.

El papel de los padres

Los profesores guardan un especial recuerdo de aquellas primeras familias, precursoras de las aulas de autismo. «Se implicaron en todo. Los corchos que rodean la pared de estas aulas los pegamos entre un padre y yo», comenta Ana, tras 28 años dedicada a la enseñanza de niños con autismo.

Para la formación, los educadores asistieron a congresos por toda Europa. «Cuando nosotras ya dábamos clase en el colegio aún había jóvenes con este trastorno en los psiquiátricos», dice Araceli. Aquel curso piloto coincidió también con la reforma psiquiátrica, iniciada en los ochenta, que terminó con el régimen de internamiento de los enfermos mentales. Aún así, el autismo siguió ligado a esta clasificación hasta 1985, cuando se empieza a considerar un trastorno.

Hasta el colegio llegaron estudiantes, pedagogos y especialistas de toda España para ver cómo trabajaban los maestros gaditanos. Mari Carmen explica que los primeros años aplicaron sistemas de enseñanza exclusivamente conductistas que eran «muy pesados tanto para los niños como para nosotros». Se trataba del Método Kozloff, que se sustituyó poco después por estrategias más participativas.

«Estábamos constantemente investigando, pero la bibliografía era muy excasa y estaba en inglés», dicen. El idioma no iba a suponer un obstáculo. Ana a la mecanografía y Salvador al diccionario, llegaron a traducir varios títulos. «Siempre hemos sido un grupo muy unido y aquí hemos pasado los mejores momentos de nuestra vida», insiste Araceli.

Las habilidades intelectuales se desarrollaban en el aula. Las sociales había que adquirirlas fuera. Salían con los niños de compras, de excursión, de carnavales. Ana aún recuerda aquella vez que uno de sus alumnos golpeó al perro de una turista extranjera. «Estábamos en la calle Columela y no tuvo otra ocurrencia que molestar al perrito. La mujer, que no conocía el idioma, empezó a gritar y todos los que paseaban alrededor salieron en defensa del niño». Es difícil saber cómo va a reaccionar una persona con este tipo de deficiencia. Ahora recuerdan aquellos momentos entre risas.

Tras casi 30 años, Araceli y Mari Carmen continúan en el Gadir, una como directora y la otra como profesora. Ana se trasladó el curso pasado al Colegio de Cortadura para emprender una nueva experiencia profesional y Salvador se dedica al trabajo psicológico en el centro de Autismo Cádiz. Todos coinciden en el importante papel de las familias y en la necesidad de ahondar en la formación también fuera de las aulas.

emartos@lavozdigital.es