ADMIRACIÓN. Vargas Llosa considera a Onetti la 'metáfora' de América Latina. / EFE
Cultura

Vargas Llosa ahonda en el corazón literario de Onetti

El escritor peruano reivindica en 'El viaje a la ficción' la vigencia creativa del uruguayo, más allá del estereotipo

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Mario Vargas Llosa conoció en persona a Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909) en junio de 1966, en Nueva York, en el transcurso de un congreso del PEN Internacional. El uruguayo había escrito ya las que serían consideradas sus obras maestras, pero su nombre no era aún muy conocido más allá de los círculos literarios de su país.

En ese foro, se dieron cita escritores como Carlos Fuentes, Ernesto Sábato y Pablo Neruda y supuso el primer encuentro entre Vargas Llosa y Onetti, que ese mismo año resultarían ganador y finalista del prestigio Premio Rómulo Gallegos, con 'La casa verde' y 'Juntacadáveres', respectivamente.

Aunque Vargas Llosa ya era una figura de peso, gracias al éxito de 'La ciudad y los perros', las trazas de escritor-total que arrastraba Onetti causaban admiración en el entonces todavía joven autor peruano. También su carácter de timido vocacional, que prefería encerrarse en la habitación del hotel con una botella de whisky y una pila de novelas negras a visitar los museos, lugares históricos y espectáculos que incluía el programa de la organización de esa gira literaria que acabó en San Francisco.

Una noche, coincidieron con los dos poetas beatniks del momento, Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg. En una travesía underground por los locales más contraculturales de la ciudad, con los poetas narrando sus viajes mentales a lomos del LSD o el peyote y sus ansias de legalizar las drogas y mejorar los derechos de los homosexuales, Juan Carlos Onetti permanecía callado, «con su sempiterna corbata, su saco entallado y sus anteojos de gruesos cristales». Aquella actitud era para Vargas Llosa, lo verdaderamente «irreverente».

Esa era la fachada, una actitud «sin pose», que al peruano le caló, marca de una autenticidad incorruptible de quien entiende la escritura como una tabla de salvación. Pero antes, Vargas Llosa ya había descubierto al Onetti escritor, dueño de una voz insólita en la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX, dominada por el provincialismo, el folclore y una prosa postiza. En aquel páramo de las letras, el joven lector Vargas Llosa se sintió fascinado por un autor a quien consideraría «el primer escritor moderno», creador de una obra que constituye la gran «metáfora» de América Latina, pueblo incapaz de levantar el vuelo en lo político. El autor de 'Conversación en La Catedral' vuelca ese entusiasmo por Onetti en 'El viaje a la ficción', que acaba de presentar Alfaguara que, en su opinión, aún no goza del reconocimiento que se merece.

Lo imaginario

El ensayo, de lectura amena, ágil, aborda un aspecto central de la obra de Onetti, «pero no el único», como aclaró Vargas Llosa en la presentación de su libro en Madrid. Fruto de un curso de un semestre que ofreció en la Universidad de Georgetown, Washington, en 2006, surge este compendio de reflexiones ordenadas tras la lectura en bloque del corpus onettiano.

No hay un intento audaz de descubrir algún aspecto desconocido de Onetti, ni especulaciones psicológicas sobre sus años de «acostado» en el octavo piso del 31 de la madrileña avenida de América (paradójica denominación callejera), donde vivió 19 años, hasta su muerte en 1994. Vargas Llosa oficia en estas páginas de lector que comparte su experiencia con otros lectores que quieran acercarse a Onetti y, de paso, reflexiona sobre el poder de la Literatura como máquina de evasión.

Paradigma de ese escape a los reinos imaginarios es su novela 'La vida breve', que merece los mayores elogios por parte del lector/crítico Vargas Llosa. En ella, se cuenta cómo el publicista Juan María Brausen recibe el encargo de escribir un guión de cine, en una circunstancia vital delicada: están a punto de despedirle y a su mujer le acaban de extirpar un pecho enfermo. Brausen esboza en su mente la ciudad de Santa María, en la que un viejo vende morfina, es una suerte de ventana abierta. Pero no llega a escribir la película sobre esa ciudad inventada, sino que sera ésta la que cobre forma y vida propia, al margen de la voluntad de su creador. Onetti escribe esta masterpiece en la época en que Uruguay, oasis democrático y cultural en la América Latina de los caciques y la corrupción, comienza su imparable declive.

Acaba la década de los cuarenta, años en los que Perón prohíbe los viajes entre Montevideo y la vecina Buenos Aires. El lector Vargas no escatima elogios hacia esta obra en 'El viaje a la ficción', que sintetiza como ninguna el quehacer de Onetti: «[La vida breve] Es la primera novela moderna que se escribe [en Latinoamérica] y en ella se aprovecha de sus grandes maestros: Proust, Celine, Joyce y Faulkner».

Pura literatura

El autor del sobrecogedor relato 'El infierno tan temido' («aquí alcanzó las cotas más altas de lucidez e intuición», dice Vargas Llosa) practicó una literatura que, como defendía Baudelaire, alcanzaba su sentido no en la búsqueda de la verdad, sino en la literatura misma. Así lo defiende su 'pupilo' peruano: «Él no quería escribir en términos políticos».

Sin embargo, sí es cierto que, a lo largo de una obra que en su conjunto goza de una gran coherencia y sensación de unidad, fue tejiendo una «involuntaria alegoría». Un amargo retrato de la realidad de América Latina, inmersa en un proceso de decadencia que comienza cuando el joven Onetti escribe 'El pozo' (años antes de que Camus diera a la imprenta 'La peste' y poco después de que Sartre publicara 'La náusea').

¿Hasta que punto es representativa la obra de Onetti del mundo en que vivió?, se pregunta Vargas Llosa. «Es un tema delicado», previene, para contestar que toda su obra es una huida. «Frente a América Latina sólo se puede huir. La obra de Onetti es la obra de la frustración. Sus personajes son gente que fracasa en sus trabajos, en sus amores... La empresa de vivir está condenada al fracaso. Como sucede en América Latina», sostiene y precisa los infructuosos intentos de democratización que acaban ante gobiernos «corruptos y ladrones».

Onetti no fue ajeno a ese declive y, hombre de extrema sensibilidad, no pudo abstraerse al desmoronamiento de ese estable universo político. Llegó después una obtusa dictadura que duró más de una década (1973-1985) y que precipitaría la huida definitiva del escritor. Onetti formaba parte de un jurado que premió una obra que, desde el punto de vista oficial, se consideró «pornográfica». Juan Carlos Onetti, casi septuagenario, fue encarcerlado junto al autor del relato y el resto de los miembros del jurado. La movilización internacional logró que se pusiera fin a tal despropósito y Onetti fue liberado. No volvió jamás a Uruguay y pasó sus últimos años sin salir apenas de su cama, tumbado y bebiendo whisky. Pero siguió escribiendo.