Opinion

El fin de la matanza

El Ejército indio logró sofocar ayer los focos terroristas que han sembrado el pánico durante tres largos días en Bombay, agudizando en todo el mundo el síndrome de miedo e inseguridad inoculado desde el 11-S. La constatación de que los ejecutores de la masacre buscaban una matanza de dimensiones aún más estremecedoras agudiza el espanto que suscitan los 195 muertos y los casi 300 heridos contabilizados, una tragedia a sangre y fuego que según todos los indicios habría perpetrado apenas una docena de jóvenes convenientemente adiestrados para desatar una inédita oleada de atentados en múltiples escenarios de la ciudad india. Si sobrecoge pensar que tan pocos hayan podido causar semejante destrucción, poniendo en jaque a la democracia más poblada del mundo, lo que inquieta ahora son los interrogantes acerca de la autoría de los ataques, reivindicada por el desconocido grupo Deccan Muyahaidin pero sobre la que pesan nuevas sospechas que apuntan a la organización paquistaní Lashkar e Taiba, de raíz fundamentalista islámica y con base en la disputada frontera cachemir.

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La posibilidad de que elementos provenientes de Pakistán estén detrás de los atentados de Bombay constituye tal motivo de preocupación sobre el futuro de una región convertida en el polvorín del planeta que urge a que las investigaciones emprendidas por las autoridades indias, con la colaboración de la comunidad internacional, esclarezcan cuanto antes la identidad de los terroristas y la inspiración última de sus acciones. Una eventual implicación paquistaní en la masacre supondría un pésimo síntoma de los escollos a los que se está enfrentando el presidente del país, Asif al Zardari, no sólo en el combate para tratar de contener la insurgencia talibán guarecida en la inhóspita frontera con Afganistán -y responsable del asesinato de su mujer, Benazir Bhutto-. También en sus intentos por apaciguar las relaciones con el histórico enemigo indio, reflejados estos días en su contundente condena de la matanza en Bombay y sus esfuerzos por desvincular a su Gobierno de la misma. El recrudecimiento de la tensión entre India y Pakistán implicaría un triunfo para el extremismo violento con independencia de su procedencia, que obligaría a su vez a la comunidad internacional y singularmente a los EE UU de Obama a revisar su estrategia en un área en la que conviven fuertes desequilibrios políticos y sociales, la amenaza yihadista y el poderío nuclear.