RECUPERADO. Saramago vuelve con una obra atípica./ L. V.
Cultura

Saramago se sube al elefante

El Nobel portugués, que acaba de recuperarse de una grave enfermedad, publica una historia cargada de humor

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Cuando fue ingresado en un hospital, en los últimos días del año pasado, José Saramago tenía entre manos una novela. La historia de un elefante que en el siglo XVI fue llevado desde Lisboa hasta Viena por una extraña concatenación de intereses políticos y excentricidades reales quedó paralizada y con un incierto destino, hasta que el autor portugués volvió a la vida y a la literatura. El libro ha llegado a las librerías españolas en coincidencia con su cumpleaños (el pasado domingo cumplió 86) y la dedicatoria es reveladora: «A Pilar, que no dejó que yo muriera». También lo es el fino humor que derrocha, el trabajo de orfebrería literaria que requiere tan peculiar trama y la vuelta de tuerca que da a su particular técnica narrativa. El Nobel portugués ha regresado con la más atípica de sus historias.

El argumento de El viaje del elefante (Ed. Alfaguara) es una rareza dentro de la trayectoria de su autor. Sus historias, por extraños que sean sus puntos de partida -una ceguera masiva, un país en el que la gente deja de morir, un individuo que tiene un doble perfecto...-, suelen estar situadas en la actualidad, o al menos en un momento próximo. Es cierto que hay alguna excepción, como El Evangelio según Jesucristo, pero en su nueva novela Saramago hace una incursión en un tiempo, el siglo XVI, ajeno hasta ahora a sus preocupaciones. No es, sin embargo, una novela histórica, pese a que arranca del hecho cierto del viaje de un elefante asiático -procedente de Goa, donde los portugueses se habían establecido en 1510- desde Lisboa hasta Viena, como regalo del rey de Portugal al archiduque Maximiliano de Austria. El narrador se permite una ironía que no gustará a los autores de novelas históricas al uso, cuando cita a un lacayo mayor, «título que, mejor es que lo confesemos desde ya, no sabemos si realmente existía en aquel tiempo». Aviso para cultivadores de anacronismos.

Técnica narrativa

El humor, que ya apareció de forma muy abierta en Las intermitencias de la muerte, está presente en el relato desde la primera página. Y afecta a todo, de lo humano a lo divino. Porque Jesucristo es un personaje que también aparece en la obra, siquiera como secundario de lujo: «Basta que recordemos la perentoria afirmación de aquel jesús de galilea que, en sus mejores tiempos, presumió de ser capaz de destruir y reconstruir el templo entre la mañana y la noche de un único día. Se ignora si fue por falta de mano de obra o de cemento por lo que no lo hizo, o porque llegó a la sensata conclusión de que el trabajo no merecía la pena, considerando que si algo se iba a destruir para construirse otra vez, mejor era dejarlo todo como estaba antes». Como se sabe, cuando la Academia sueca le concedió el Nobel, en 1998, el Vaticano lamentó el galardón.

En esta novela -aunque su autor duda si llamarla así-, Saramago avanza un paso más en el desarrollo de su técnica narrativa. A su conocida manera de introducir los diálogos, insertándolos en la narración sin guiones ni puntos, añade otro elemento más: prescinde del uso de las mayúsculas en los nombres propios. No la llevan ni el rey cuando es nombrado ni su reino ni el elefante. No lo lleva tampoco ningún personaje del pueblo llano ni el ser al que dirigían sus oraciones.

Hace unas semanas, en su blog, Saramago colgó un texto procedente de sus Cuadernos de Lanzarote a propósito de la vejez: «Se comienza a ser viejo cuando se comprende que nuestra existencia le es indiferente al mundo». Su existencia, la vital y la literaria, no es aún indiferente al mundo. Y la lectura de El viaje del elefante descubre a un autor rejuvenecido. Quizá porque con la ayuda de Pilar venció a su destino.