VUELTA DE HOJA

Tratado de límites

Por si no tuviera bastantes obligaciones, la crisis obligará al Gobierno a romper las fronteras presupuestarias. Consultado el debe y el haber de los libros de contabilidad, resulta que no hay. El aumento del gasto público, que es consecuencia de que muchos de nuestros políticos no se privan de nada, ha determinado que no nos salgan las cuentas. Después de las grandes ofertas, ha llegado la temporada de rebajas. «Prometer no empobrece», dijo Quevedo. Se equivocaba el clásico: arruina a los que se creyeron las promesas.

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Por si no tuviera bastantes obligaciones, la crisis obligará al Gobierno a romper las fronteras presupuestarias. Consultado el debe y el haber de los libros de contabilidad, resulta que no hay. El aumento del gasto público, que es consecuencia de que muchos de nuestros políticos no se privan de nada, ha determinado que no nos salgan las cuentas. Después de las grandes ofertas, ha llegado la temporada de rebajas. «Prometer no empobrece», dijo Quevedo. Se equivocaba el clásico: arruina a los que se creyeron las promesas.

El PIB es muy desobediente.

Empieza a pasarlo mal todo el mundo. Hasta los piratas somalíes se dedican a capturar mercantes que transportan toneladas de trigo, sin duda para que no les falte el pan. Ha decaído el negocio del rescate porque cada vez se paga menos por los seres queridos y los piratas, que son muy trabajadores, tienen que acudir, en medio del mar, a otras fuentes de ingresos. Más temible es la modalidad de la piratería terrestre, aunque generalmente vista mejor. Son los llamados «golfos de levita» los responsables de la recesión. Esos altos ejecutivos que viajan con carteras planas donde apenas cabe un lenguado, juegan insistentemente mal al tenis y cada media hora ingieren una píldora de vistoso color. Si se declarara una epidemia que afectase sólo a los altos ejecutivos de bajísima moral, podrían mejorarse las cosas.

Evitar el derroche se ha convertido en una obligación moral, pero quienes manejan los grandes presupuestos siguen sin reparar en nuestros gastos. Su dadivosidad no tiene límites, pero tampoco tienen vergüenza. Si nos piden cuatro millones para restaurar una dependencia de la ONU, nos sale por cuarenta. ¿Será por dinero? Se dice que los pobres siempre dan de aquello que les falta. También se suele afirmar que el primer impulso es siempre generoso, pero lo malo es que lo sigan siendo los impulsos sucesivos. Sobre todo cuando se está en las últimas.