Cultura

Moratín, la ilustración práctica o la modernidad de 1812

Gracias a la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y al Consorcio para la Conmemoración del II Centenario de la Constitución de 1812, Cádiz va a convertirse durante unos días en el centro del mundo de teatro. Así, cuando en los próximos días se alce el telón para el estreno nacional del último montaje de la CNTC con La comedia nueva o El café, seremos transportados, por unos instantes, aunque sea desde la ficción del teatro, a lo que esta ciudad significó hace un par de siglos. Ese pasado importante que desembocaría en la Constitución de 1812 y que supuso la oportunidad de incorporar España a la Europa de su tiempo, dentro de un debate mucho más amplio cuyas claves no son otras que la implantación de la Ilustración y la Revolución en España.

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El truncado proceso de 1812, sin embargo, vino precedido de otras transformaciones de orden político y cultural que encuentran en el teatro, con Moratín hijo al frente, uno de sus aliados más fuertes, dadas sus bondades para la comunicación y la difusión de las nuevas ideas. Con todo ello, el estreno entonces de la revolucionaria obra de uno de nuestros grandes intelectuales de la Ilustración y del gobierno del Rey José I, venía a mostrarnos un nuevo lenguaje, una nueva sociedad, una nueva forma de entender la política, una nueva forma de representar una realidad. En definitiva, La comedia nueva, frente a la tradición, frente a los grandes intérpretes del Barroco y la Contrarreforma -Lope y Calderón- suponía una molesta y convulsa bocanada de aire fresco para una sociedad que empezada a concebir al hombre como ciudadano libre, y al teatro como uno de los grandes sistemas para el desarrollo de la también nueva sociabilidad burguesa. No en vano, los curiosos guiños de la historia hicieron que una casa de comedias -el Real Teatro de las Cortes de San Fernando- se convirtiera en el primer parlamento de la Historia de España

En este mismo sentido, el Cádiz que conoció en primera persona Moratín en sus distintas visitas a la ciudad podía resultarle tremendamente cómodo y familiar. Aquí se encontraban sus amigos Sebastián Martínez, el Marqués de Ureña y el propio Francisco de Goya, con los que con toda seguridad pudo compartir sus inquietudes revolucionarias, gracias también al clima de un entorno moderno, avanzado y cosmopolita como el que respiraba una ciudad que por entonces se había convertido en uno de los focos de irradiación ilustrada más importantes de Europa. Una ciudad en la que los nombres de Voltaire, Diderot o Haydn formaban parte de su paisaje cultural, y en la que se encontraban algunas de las mejores colecciones de pintura de la Europa de entonces. Nada era sorprendente. Todo era normal.

Por eso, el café que aparece en La comedia nueva de Moratín bien podría ser uno de aquellos espacios gaditanos, como los que retrata González del Castillo en su sainete El café de Cádiz, y que no serían otros sino la Confitería de Cosi, el Café de las Cadenas, el Café Apolo y Café del León de Oro, donde la tertulia y el debate se convierten en un adelanto, en un ensayo general, de las discusiones de ese otro primer hemiciclo de la Democracia española que es el Oratorio de San Felipe Neri.

Sobre esta Ilustración práctica de entonces, sobre este sentido del teatro como acción política -ahí radica buena parte de su modernidad- vamos a debatir y reflexionar en las próximas jornadas, y lo vamos a hacer desde la mirada de una de sus plataformas más visibles y controvertidas, el teatro, pues era ahí donde se concitaron muchas de las nuevas inquietudes, muchos de los conflictos y tensiones, pero donde también muchos vieron una poderosa herramienta para cambiar esta España, como diría Machado, «de charanga y pandereta, de cerrado y sacristía», un siglo después de aquella utopía que fue la Ilustración y la Constitución de Cádiz, como también lo fue la utopía de Moratín que terminaría sus días en el exilio. Su regreso a Cádiz es todo un símbolo.