TRABILITRANES

Tío maleno

Estamos en un gran error si consideramos como patrimonio de nuestros pueblos lo fácilmente tangible. A nuestra sociedad y a nuestros responsables públicos sólo parecen preocuparles la masa patrimonial formada por las catedrales, los edificios con interés históricos, los mosaicos romanos encontrados al hacer el desdoble de una carretera o la pintura rupestre hallada en alguna cueva perdida. Y no siempre en todos los casos, que es mucho más cruel. Incluso, a la sociedad en general le aterra el efecto del cambio climático cuando vemos en televisión como los glaciares de los polos van desapareciendo sin remedio y las aves migratorias comienzan a hacer su verano en las costas de Finlandia.

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Pero nada de esto ocurre, por desgracia, cuando se van cayendo a pedazos otro tipo de elemento patrimoniales, tan importantes o más como los anteriores y que a la postre son buena parte de nuestra verdadera identidad. Si no hay un remedio verdaderamente urgente la dichosa globalización nos va a inundar a todos como agua en los corrales y no va a haber distingo entre un habitante del Barrio de Santa María o de La Plazuela con otro de Nueva Caledonia o la Punta de Fuego argentina.

Ante digo todo esto porque el otro día en el Curso de Enseñanza de Cante de la Peña Tío José de Paula posiblemente asistimos a una manifestación oral a punto de extinguirse del todo. Se estaba desarrollando una conferencia sobre los Romances y la Alboreá cuando, entre el numeroso y atento público, surgió Tío Maleno, responsable de la cantina de la entidad, cantando y recitando de memoria un buen fragmento del corrido de Bernardo el Carpio.

Su autenticidad nos puede llevar al siglo XVI y su exposición a una cadena de memorias colectivas que, de generación en generación, se fueron pasando viejas historias de manera oral. Maleno contó un episodio ya sepultado por el tiempo y que apenas cuenta ya con algún transmisor válido. Posiblemente, salvando alguna privilegiada memoria, sus testimonios pasarán a mejor vida, como otros tantos de nuestra verdadera conciencia sonora asociados a modos de vida concretos, que son los que realmente nos identifican.

Hoy se habla mucho de ladrillos y proyectos faraónicos sin tener en cuenta que en cualquier barra de un bar se pierde a chorros nuestro ser más original y sin mover un dedo para su salvaguarda. Pienso que generaciones venideras nos juzgarán con dureza por todo esto. La misma que nos merecemos. Gracias, Tío Maleno.