VOLUNTARIOS DE CRUZ ROJA REPARTEN ALIMENTOS Y BEBIDAS A LAS PERSONAS NECESITADAS CUATRO NOCHES POR SEMANA

«A cualquiera puede pasarle y verse en esa situación»

Eva, Valle, Pepe, Cuca y Marco son los voluntarios de Cruz Roja que repartieron alimentos y bebida la noche que nos ocupa. La entidad sale cuatro días a la semana (lunes, martes, miércoles y viernes), pero no siempre lo hacen las mismas personas. Se van turnando, aunque los hay que, por sus ocupaciones personales, tiene asignado un día fijo.

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Suelen salir sobre las ocho y media de la noche de la sede de Cruz Roja, después de preparar las bebidas y los bocadillos. El recorrido, aunque puede variar en función de las necesidades que se detecten, es casi siempre el mismo: plaza de las Angustias, Madre de Dios, Pío XII y Siloé (barrio de La Plata).

Mientras en unas paradas predominan los sin techo, en otras, sin embargo, lo hacen personas y familias que, aunque tienen un sitio donde vivir, atraviesan por importantes problemas económicos y la necesidad de conseguir alimentos les obliga a recurrir a este tipo de servicios de caridad.

Una de las voluntarias, Eva, cuenta que hasta hace apenas un par de meses repartían una media de 30 bolsas con bocadillos, magdalenas y bebida por noche. «Pero desde el verano preparamos unas 40 y nunca sobran», señala. Otro de los efectos de la crisis, dice.

Además de esas bolsas, los voluntarios también reparten cartones de leche (o natillas) y zumo, café y caldo caliente. Los necesario, en definitiva, para que los que lo necesiten puedan pasar la noche sin hambre y tengan por la mañana un poco de leche que llevarse al estómago.

Eva, sin embargo, asegura que lo que más agradecen no es que se les dé comida, «sino que haya gente que se preocupe por ellos y que les escuche». Ésa es su otra gran labor, imposible de cuantificar pero tanto o más gratificante que la otra.

No han podido evitar -ni tampoco lo han querido- crear vínculos con las personas que atienden. Tampoco coleccionar un sinfín de anécdotas y conocer casos de esos que llegan especialmente al corazón. Valle, por ejemplo, no olvidará nunca el de un hombre de entre 65 y 70 años: «Su mujer le dejó por otro y él se vio de un día para otro sin un sitio donde dormir. Cobraba una pensión de poco más de 200 euros, que se la daba toda a su hija. Prefería que no le faltase nada a ella y no le importaba que por eso él tuviese que verse en la calle». La voluntaria afirma que, aunque hace tiempo que no sabe nada de él, nunca podrá olvidar su cara «cuando le veía en un portal al lado del bar La Moderna».

Eva recuerda una historia reciente, «la de un hombre de unos 50 años que ha estado toda la vida en la calle y que ahora se ha enamorado de otra sin techo, una mujer con graves problemas físicos; y hay que ver cómo la cuida y cómo se desvive por ella todo el día». Es una prueba más de que lo peor para estas personas, según la propia Eva, «no es siempre vivir mal, pasar frío o poder llevarse algo a la boca, sino la soledad, el no tener alguien al lado con quien compartir sus cosas». «Y una aprende que, al fin y al cabo, a cualquier puede pasarle esto mismo y verse en la misma situación», concluye.