Manuel González. / A. VÁZQUEZ
CÁDIZ

Sabio y maestro ejemplar

Este catedrático desempeña su oficio de catedrático como un deber ético y como un servicio social

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Manuel González, catedrático de Historia Medieval, es, además de profesor universitario e investigador científico, un maestro que ha sabido contagiarnos a sus discípulos, su curiosidad por el conocimiento de nuestro pasado, su afán por el análisis riguroso y su constancia en el trabajo sistemático. A aquel puñado de alumnos que tuvimos el privilegio de asistir a su primera clase en el Colegio Universitario, en el ya lejano año de 1969, nos sorprendió su habilidad de penetración para descifrar los textos medievales, su destreza para desentrañar los secretos más íntimos, su capacidad para desvelar los mensajes que encierran y, sobre todo, la claridad con la que -pausada y pautadamente- exponía sus reflexiones previamente metabolizadas gracias a sus renovadas lecturas y a sus personales experiencias.

A todos nos llamó la atención la sobriedad, la discreción y la cautela con la que, debido sin duda alguna al caudal de erudición que almacena y, sobre todo, al compromiso ético que ha contraído con su profesión, exponía sus ponderadas opiniones. Su documentadas y minuciosas explicaciones -todas ellas colmadas de datos, nutridas de agudas reflexiones y salpicadas de jugosas anécdotas- pusieron de manifiesto desde el primer momento su destreza profesional reconocida académicamente.

Manolo González es, a mi juicio, uno de esos escasos intelectuales que muestran sus saberes sin pregonarlos. Fíjense cómo propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de datos seleccionados y ideas claras, que mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos de la pedantería o de los truenos de la suficiencia. Desde aquella clase inaugural, los que hemos seguido con atención su permanente crecimiento intelectual, hemos podido comprobar cómo el profesor González siempre se ha guiado por una conciencia ética y científica que le ha impedido hacer trampas, vulnerar los principios o transgredir las normas universitarias. Sin petulancia y sin teatralidad -aunque, a veces se le escapa cierto desdén por los historiadores errantes que se dejan llevar por la publicidad y por los frívolos que son incapaces de reprimir el apetito desordenado de ser otros- ha tenido unos comportamientos coherentes que evidencian una insobornable personalidad intelectual, ciudadana y humana.

Les confieso que los valores humanos que más me han estimulado de este hombre cabal, luchador incansable, sabio y maestro ejemplar, han sido -además de su vitalismo, de su entusiasmo y de su tenacidad- la seriedad y la responsabilidad con las que desempeña su oficio como un deber ético y como un servicio social a nuestra comunidad universitaria.