EL MAESTRO LIENDRE

El negro, el miedo y la fe

Mira uno a su alrededor buscando su pequeña versión local de la esperanza y se encuentra... a los mismos de hace 25 años

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Cerquita del miedo debe de caminar la esperanza. Si no, cualquiera aguanta esta tortura psicológica y guantanamera. Esta semana han ido de la mano. Temor y, un paso por detrás, la fe. Nunca hubo augurios más oscuros para los más modestos manteles. Nunca estuvimos tan cerca de dormir en un portal, dicen los altavoces que atronan a cada paso como una contranavidad anticipada. En vez de villancicos y hermandad, cada papel, cada radio y cada tele lanza, cada segundo, una dosis de pánico mayor que la anterior. En el ascensor, en la fábrica y en la oficina, miedo, mucho miedo. Empieza a ser estomagante.

El desajuste entre el mensaje y el ejemplo era sospechoso al principio. Ahora es irritante. Empresas y medios empiezan a parecerse a ese matón de colegio que trata de intimidar al más débil con una amenaza diaria en el patio. Te voy a coger, te voy a coger. Pero la advertencia siempre oculta un interés bastardo y una traición (nos lo enseñó Don Vito). Los golpes duros de veras llegan sin previo aviso.

«Prefiero que me pegues ya -y a ver qué pasa- a que me lo adviertas cada día», diríamos muchos en aquella escuela. Vamos, vamos. Suelta ya el bofetón, o la carta, o lo que sea. Cuanto antes caigamos, antes nos levantaremos. De qué sirve esa letanía («lo peor está por venir, lo peor está por venir»). ¿A quién beneficia? ¿Por qué tanto interés en que sea el número 1 de los 40 Principales tantas semanas?

Aporta lo mismo -nada- que el impostado optimismo infantil de ZP, Chaves y los suyos hasta primavera, cuando hablaban de pleno empleo (sic).

¿Por qué no pasamos, amenazantes y amenazados, al siguiente nivel del trágico juego, a la siguiente pantalla?

También sabemos todos que vamos a morir pero estamos poco dispuestos a soportar que nos los relaten con detalle cada jornada. No necesitamos que nos recuerden, ésto y aquello, cada día. Aparecen ahora, en cada empresa, en la oratoria política, discursos de Perogrullo: «Trabaja por tu nómina»; «se trata de sobrevivir»; «hay que buscarse la vida»; «el empleo de todos está en peligro»... mensaje que se cuenta como nuevo pero que muchos, miles, hemos tenido presente siempre. Crecimos con eso. Aquí es como el Catecismo. Cuando vivíamos entre vacas gordas, que vimos pero no catamos, ningún empleado se consideraba tampoco libre de nada ni trabajaba por lealtad a la Legión.

Serán otros -los de las cartas marcadas con el apellido, el partido, la institución pública o la amistad conveniente- los que creyeron que estaban a cubierto. Quizás lo estuvieran. Y lo estén. Los demás, no. Siempre hubo un margen de error pequeño y una amenaza grande. Ahora, el primero es menor y la segunda, mayor, pero el guión apenas cambia. El aviso y la obvia monserga resultan más enfurecedores cuando vienen de los que vaticinan el Armagedón sin renunciar a un solo privilegio.

Aún nadie ha oído que un dirigente banquero haya renunciado a su millonaria prima (la económica), ni un ejecutivo a su tarjeta, ni un cargo público a su troupe de caros asesores, ni un partido a sus costosísimos juguetes propagandísticos, ni un sindicalista a sus horas. Ni siquiera los medios de comunicación acercan lo que dicen a lo que hacen. Mientras nos envenenan cada almuerzo contándonos que puede ser el último, le pagan más de 60 millones de pesetas a un ex alcalde condenado reiteradamente por habérselo llevado calentito. Dinero por contar cómo se llevó dinero. Buen mensaje didáctico. El chorizo siempre gana. Los demás, al paro por idiotas. Mientras la pantalla nos machaca con «lo mala que está la cosa» derrochan euros por miles en enviar a cientos de periodistas a cubrir unas elecciones que ya estaban perfectamente cubiertas por expertos corresponsales, internet y la ubicuidad de TV. Nos íbamos a enterar de todo en tiempo y forma ¿Para qué usar el triple de lo que necesitábamos? ¿Para qué ese esfuerzo de madrugada, con la audiencia durmiendo?

Por lo menos, diría Valmont, «teníamos un buen motivo» para ese dispendio, que es un grano de arena en la playa. Perseguíamos la fe, una buena noticia que nos devolviera la esperanza: un negrito, presidente de Estados Unidos. «Voy a cambiar el mundo», dice. Si no le pegan un tiro, es que ni lo está intentando. Si lo intenta, le pegarán un tiro. Nada ha cambiado desde 1968. Menos euforia, que su predecesor tan odiado es otro sátrapa que ha muerto en la cama. Está por ver que el bisnieto del Tío Tom se plante ante la bastarda guerra, la pena de muerte y el capitalismo bulímico. Con ilusionarnos un poco, a sabiendas de que es mentira, ya nos podemos dar con un bloque del Campo del Sur en la boca.

En Cádiz, en Andalucía, aún no hemos llegado al «queremos», paso previo al «sabemos», y ni siquiera olemos el «podemos» («we can»). No tenemos ni un morenito caletero con el que ilusionarnos. Mira uno alrededor en busca de su pequeña versión local de falsa esperanza y encuentra a Pérez Peralta, Teófila, Chaves, Valderas, Barroso, Arenas, Sanz... Ni un mulato para autoengañarnos. Aunque aquí, con la faena que hay pendiente, necesitaríamos a los Jackson Five o a una jambá enterita. landi@lavozdigital.es