CALLE. Matadero fue en su día una de las que más trasiego tenía en Jerez, pero los tiempos han cambiado. / TAMARA SÁNCHEZ
Jerez

De aquellas matanzas vinieron estos nombres

La calle Matadero acoge este nombre desde que en 1792 se ubicara en esta zona de Jerez el matadero municipal

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El casco de bodega se encuentra vacío. En su interior sólo contiene el frío invernal de estas fechas y, después, la nada. Sus arquerías se alzan hasta llegar a las techumbres, todavía con un cierto tono de gallardía, dibujando un bello panorama de círculos blancos que se van dando la mano hasta llegar a los gruesos muros que lo delimitan y dan paso a la calle. Pero ya no hay botas de vinos ni huele a solera rancia en este lugar. Los altos ventanales están abiertos para que el aire de poniente refresque, aún más, la gran estancia y el arisco levante no penetre. Bienvenidos a un rincón jerezano en estado de coma. Pasen y vean una estampa de lo que fue la calle Matadero y lo que es ahora.

Estamos en el margen derecho de la calle según se baja hacía la calle Arcos. Antes había un supermercado alemán que ha tenido que cerrar por falta de rentabilidad. El casco de bodega se ha quedado vacío. Al parecer, se estaba usando como cochera para aparcar los vehículos de los clientes. Todos han huido y la bodega está solitaria, quizá recordando cuántos arrumbadores han pasado entre estas cuatro paredes, cuánto vino se ha dormido en sus pechos, cuántas botas han salido de sus puertas con destino a cualquier punto del mundo, quién sabe exactamente el destino.

Estamos en la calle Matadero, donde balaban las ovejas sus últimos suspiros antes de pasar del mundo terrenal al edén de las coderos silenciosos. Así pasó a llamarse desde 1792, cuando el matadero municipal fue instalado en la calle. Cuentan algunos vecinos de la calle Ávila que los chavales se subían a las tapias de los patios interiores impulsados por esa fuerza macabra que generalmente habita en la inocencia de los más pequeños para ver cómo sacrificaban a un becerro o cómo gritaba una vaca retinta cuando veía el cuchillo amenazador. Se quiera o no, es necesaria esta actividad si queremos después ser unos sibaritas en la mesa. Ahí estuvo el matadero durante más de un siglo, hasta que se fue a la Asunción.

Casa Elena

Ahora de aquellas matanzas porcinas, bovinas o avícola, no queda ni rastro. En el lugar donde estaban ubicadas las instalaciones del matadero hay desde hace años unos bloques monísimos. En los bajos de los bloques, un clásico de la ciudad. Es la tienda donde no hay pequeño electrodoméstico que se resista por machacado que se encuentre.

Ahí está May. Su trabajo podríamos decir que es multidisciplinar. Se encarga de recibir a los clientes, escucharlos cómo le cuentan los fallos de la máquina, asesorarlos, destinar a un chequeo serio el pequeño utensilio, arreglarlo, prepararlo para la entrega y cobrarlo. Además, en Casa Elena están preparados para despacharte cualquier utensilio nuevo. «Para mí es más sencillo vender un electrodoméstico que arreglarlo. Pero la crisis... ya se sabe. Si antes el cliente llegaba y por treinta euros más se llevaba una vaporeta nueva, ahora hace las cuentas y piensa que merece la pena arreglar antes que gastar más dinero», comenta May. Mención aparte merecen las ollas a presión.

No es momento de hacer publicidad gratuita pero fue Magefesa la que revolucionó las cocinas de España con aquellas ollas de acero inoxidables que hacían un puchero como Dios manda en apenas diez minutos. Las ollas cambiaron la fisonomía auditiva de los viejos barrios cuando llegaba el mediodía y las calles sonaban a bufidos de vapor porque en casi todas las casas estaban con la preparación del cocido. May entiende un rato de ollas. «Necesitan también su mantenimiento porque no existen utensilios que duren toda la vida. Se estropean de las gomas, los mangos o cualquier otra cosilla, pero para eso estamos aquí», sentencia. Y es que no hay olla antigua que se precie en Jerez que no haya pasado, si acaso una vez en la vida, por esta tienda para una revisión de chapa y pintura. Batidoras, vaporetas, ollas, microondas y hasta ventiladores. Todo tiene su arreglo en Casa Elena. Un clásico de Jerez al que debíamos una visita. Realizada queda la misma, por tanto, y viejas cuentas saldadas. Pelillos a la mar, May.

Pero hay que seguir avanzando por la calle Matadero. Más abajo está Mundo Salud. Lo fundaron dos fisioterapeutas en Jerez hace ya algunos años. Estaban antes en la calle Sol y desde el 2006 están en la calle Matadero. Su mundo es la fisioterapia y la osteopatía. La sala de masajes está a tope. Mónica Pozo está dedicándose a los tobillos de un chaval que parece estar ya acostumbrado a estos masajes. «Poco podemos contar de la calle -comenta Mónica-. Tampoco es que sea una con demasiadas diversiones». Gimnasia terapéutica, liberación miofacial, yoga, ayuda a la embarazada o fisioestética son algunas de las disciplinas que se practica en este centro que también acoge trabajos para mutuas o asegurados que han sufrido algún tipo de accidente. A Yolanda y a Rocío parece que les va de maravilla, puesto que las hojas de visitas están repletas cuando una chica ha pedido cita para el miércoles de la semana que viene. Todo parece estar repleto.

Tatuajes

Al fondo, casi llegando a la calle Arcos, se ha instalado Arturo Vallano, el hombre que más tatuajes ha hecho en Jerez. Arturo estaba precisamente en la calle Arcos, pero ahora ha trasladado su cuartel general a la calle Matadero. «Este local lo he comprado. No es lo mismo estar alquilado que tener tu negocio en tu casa», comenta.

Más de trece años avalan a este profesional del tatuaje, capaz de grabar en la piel del valiente cliente desde un ave de rapiña al mismísimo Cristo de la Expiración. «Hay gustos para todo. Yo sólo me limito a ejecutar lo que el cliente quiera tener en la piel», comenta Arturo. La tienda ha pegado un cambio a mejor, qué duda cabe. Las instalaciones están casi de estreno. «Bueno, me vine en el mes de mayo. así que ya llevo aquí algunos meses, pero todavía hay clientes que acuden a la calle Arcos a buscarme. Poco a poco se irán haciendo a la idea de que me cambié», comenta el propio Vallano.

La calle Matadero fue una de las calles más frecuentadas. Allí acudía el comerciante y el tendero para llevarse los mejores lomos de ternera. En la calle ya no huele a sangre animal, ni a bodega jerezana. Serán los tiempos, que nos los han cambiado.