El navegante francés posa en Puerto Sherry junto al trimarán con el que intentará ser el más rápido en la Ruta de los Descubrimientos. / ROMÁN RÍOS
HAZAÑA

Asalto al Atlántico

El navegante francés Francis Joyon, que recientemente ha batido el récord de la vuelta al mundo en solitario intentará ser el más rápido en la Ruta de los Descubrimientos, entre Cádiz y San Salvador (Bahamas).

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En este momento existe un 99% de posibilidades de que Francis Joyon cabalgue ya sobre su enloquecido monstruo de carbono rojo por encima de las olas y la razón lógica. El navegante francés desafía los límites del ser humano después de zarpar de Puerto Sherry esta madrugada camino de las Canarias y las Bahamas en solitario. Si todo va bien, logrará que su larguísimo trimarán IDEC alcance San Salvador en menos de 10 días, 11 horas, 50 minutos y 20 segundos. Ese es el récord que le arrebataron a él mismo en 2005 Thomas Coville y su Sodebo sobre la Ruta de los Descubrimientos, la que siguió Cristóbal Colón en 1492.

Enorme de espíritu, fuerte, duro, sin florituras ni alharacas. Sin un centímetro para el confort, ni uno solo. Pensado únicamente para ser el más rápido sobre el agua: Francis Joyon (Locmariaquer, Bretaña, 1956) es una versión humana de su barco. Ayer recibía a LA VOZ en Puerto Sherry sobre las redes de la embarcación. Responde cercano pero austero en palabras, como si su cabeza estuviera ya en medio del Atlántico con una mano aferrada al timón y otra a la dulce locura de ser –hasta hoy– el navegante más rápido de la historia.

Joyon y su IDEC son los flamantes titulares del récord de la vuelta al mundo en solitario desde hace unos meses. Esa fue la cara. La cruz le hizo estrellarse contra la costa en 2005 después de un desafío cuando se quedó dormido, exhausto, casi inconsciente, de vuelta a casa.

Olvidado el incidente, el francés pondrá de nuevo su cuerpo al límite. «Durante los 57 días de la vuelta al mundo, dormía entre cuatro y cinco horas, pero intentaré rebajar el descanso a tres», explicaba el marino, que ha sido nominado para el premio ISAF Rolex como navegante del año 2008.

La rutina a bordo es muy exigente incluso para un cuerpo de titán como el suyo. «De hecho no existe la palabra rutina. Cada minuto, cada segundo incluso tienes que estar pendiente del rumbo y del viento», explica sentado en la simplísima barra de su trimarán.

Cruzar un océano en solitario tiene poco que ver con un agradable paseo en barco. «Cambiar una vela puede costar una hora de trabajo. Tomar un rizo –reducir la superficie de la vela–, cinco minutos y largarlo, 20». El hecho de que haya dos manos para cientos de tareas complica hasta las más simples. Una de las preocupaciones de Joyon ayer tarde era la salida de Puerto Sherry. La razón es muy sencilla: el patrón le ha quitado el motor a su IDEC para aligerarlo. «¡No tengo hélice!», reía.

El momento de la salida está medido al minuto. Jean Yves Bernot, mano derecha del navegante, ha estudiado durante semanas el instante propicio en el que se abrirá una ventana en la meteorología que permitirá al IDEC –o no– volar sobre las 3.884 millas que le esperan. Saber el tiempo de dentro de 10 días en el Caribe es un poco menos difícil que acertar una quiniela de 14, pero predicciones casi quirománticas dicen que soplará Noroeste de 30 nudos, (fuerza ocho) en Canarias, el paso obligado de la ruta por donde navegó Colón escapando de las aguas portuguesas de las Azores.

22 nudos de media

El aventurero espera estar «siempre por encima de los 20 nudos y llegar a los 30», una velocidad en el agua que deja sensaciones similares a circular en tierra a 120 kilómetros por hora por una carretera comarcal. Necesitará una media de 22 nudos para simular los 15,5 de velocidad que le bastarían en un viaje directo.

¿Por qué no navegar en línea recta? Joyon es muy gráfico: si se dirige directamente a San Salvador recibiría el viento de popa y los barcos como el suyo están diseñados para rendir al máximo con el viento de través. Así aprovechan el viento aparente que crean a partir de las corrientes de aire sumadas a las que provoca su propia velocidad. Esto obliga al navegante a dar bordadas y seguir su rumbo en zig-zag recibiendo los Alisios con un ángulo de 110 grados por la aleta, algún lugar entre la popa y el través (la perpendicular de la embarcación).

El navegante explica la teoría moviendo sus curtidas manos en la popa del IDEC. De entre todas las características de este fórmula uno flotante cabe reseñar que es largo, muy largo. Treinta metros de eslora y 16 de manga, con dos patines y un casco central estirado, narigudo, casi como un Cyrano del mar.

El diseño corresponde a dos gurús de la arquitectura naval: el británico Nigel Irens y Benoît Cabaret, los dos cerebros que lo concibieron tan grande para ganar estabilidad en la navegación, poder cargarlo con más superficie de velas (350 metros cuadrados) y hacerlo controlable por su solo hombre.

«Es un barco sencillo, muy sencillo», dice Joyon, que advierte que no posee innovaciones tecnológicas de envergadura –«eran muy caras»–. «Lo que no tiene de tecnología lo posee en lógica. Posee una geometría estupenda, con muy buenas líneas de agua», explica el patrón, que cuenta con los aparatos de navegación de cualquier barco, alimentados por varias placas solares y un aerogenerador. En la cabina, ni una concesión al lujo.

Por no tener, no tiene ni calefacción que temple el ambiente en la inmensidad vacía del Atlántico por la que ya cabalga Francis Joyon sobre su enloquecido monstruo de carbono, como el emisario de los sueños de muchos. ¡Buena proa!

apaolaza@lavozdigital.es