Jerez

Oda a las dos ruedas

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ALLE PORVERA Cuando tengo algo de tiempo y la climatología lo permite, me gusta dar un paseo en bicicleta. Curiosamente, cada vez que salgo a dar una vuelta sobre dos ruedas compruebo que son más los jerezanos que hacen lo mismo, aunque el carril-bici siga brillando por su ausencia. Es curioso cómo las costumbres vuelven, por unos motivos o por otros, un par de generaciones más tarde. No me refiero solamente a ciertas modas (en la música, el vestuario o el peinado) sino a los hábitos cotidianos. Hace más o menos medio siglo era común desplazarse en bici. Muchos jerezanos recuerdan ir al cole en los velocípedos conducidos por sus padres o ver al lechero con la sufrida bicicleta cargada de jarros tras recoger lo que los pequeños ganaderos habían ordeñado a sus vacas cuando apenas había asomado el nuevo día. Tras el reinado de los vehículos motorizados, parece que ahora -sea por hacer algo de deporte, por sortear los atascos o por ecología- la bici ha vuelto. Al menos, empieza a haber más conciencia de que es un transporte tan válido como cualquier otro aunque haya personas que cuando se ponen al volante de un coche solamente vean en los ciclistas a unos imprudentes y molestos compañeros de calzada. Una bicicleta tiene la utilidad que uno quiera darle: si no se ve con fuerzas para llegar al trabajo a las ocho de la mañana sobre dos ruedas, siempre le queda hacerlo en su tiempo libre. Montar en bici relaja, quema adrenalina, distrae de las preocupaciones cotidianas y fortalece el corazón, que nunca está de más. Ayer, por culpa de la bici, casi se me olvida escribir esta columna.