ÚLTIMO DESFILE. El féretro con el cadáver del mayor Alan Greg Rogers, caído en Irak. es trasladado en un armón de artillería por un cortejo fúnebre militar / AP
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La guerra más difícil de ganar

EE UU es consciente de que el conflicto de Afganistán amenaza con ser un gran fracaso si no varía de estrategia

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«El movimiento talibán ya no es aliado de Al-Qaida». Mientras el frente afgano se estira de forma vertiginosa hasta las montañas del norte de Pakistán, los rumores sobre el diálogo abierto entre el Gobierno de Kabul y el grupo del mulá Omar ganan fuerza, tras la publicación en el diario saudí 'Asharq al-Awsat' de estas palabras pronunciadas supuestamente por Wakil Ahmad Mutawakkel, ex ministro talibán de Exteriores en Afganistán. Según el periódico árabe, el primer encuentro se celebró en la ciudad santa de Meca entre los días 24 y 27 del mes pasado y en él tomaron parte once enviados por el movimiento fundamentalista, encabezados por Mutawakkel y el mulá Mohammad Tayeb Agha, hombre de confianza en Kandahar del líder espiritual del grupo islamista, el mulá Omar, que no estuvo en la reunión. La próxima cita quedó fijada para diciembre.

Las autoridades afganas, pese a hacer un llamamiento abierto a la reconciliación nacional en boca del presidente Hamid Karzai, niegan tajantemente que esta haya comenzado. Los talibanes y Arabia Saudí, también. Y desde Washington, mientras tanto, esperan que la mano del general David Petraeus se empiece a notar cuanto antes. El responsable del descenso de la violencia en Irak en los últimos dos años llega a Kabul con la promesa de un refuerzo de al menos diez mil hombres más y con la palabra diálogo encabezando su plan de acción. "No se puede matar o capturar (lo suficiente) como para acabar con una insurgencia de dimensiones tan importantes como era la de Irak, ni, creo, tan grande como la que se ha desarrollado en Afganistán», declaró a The New York Times el pasado uno de octubre, tras tomar posesión de su nuevo cargo como nuevo Jefe del Comando Central americano.

Los británicos ya intentaron negociar con la insurgencia en la provincia de Helmand, pero el experimento fracasó y Musa Qala fue el más claro ejemplo de la complejidad del proceso. La misión internacional en Kabul, por su parte, perdió a dos diplomáticos el pasado mes de enero -Mervyn Patterson, número dos de la Unión Europea, y Michael Semple, miembro de Naciones Unidas-, tras desvelarse que habían contactado con Mansoor Dadullah para pedirle que dejara de colaborar con los talibanes. Patterson y Semple fueron inmediatamente expulsados del país por estos contactos que diez meses después los pide hasta el presidente de la nación.

El relevo de Irak

Kabul e Islamabad toman el relevo de Bagdad en la lista de preocupaciones de Estados Unidos, que es el país que más efectivos aporta a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de Afganistán (ISAF). Además de los contactos con los talibanes para buscar una salida al conflicto y aislar a los miembros de Al Qaida -la misma estrategia empleada en Irak cuando se decidió armar y financiar a las milicias sunís para que dejaran de apoyar a la organización fundamentalista-, las fuerzas de la coalición podrán a partir de ahora emplear la fuerza para combatir la producción y tráfico de opio en el país. La decisión alcanzada por los ministros de Defensa de la coalición reunidos en Budapest esta semana deja en manos de cada miembro de ISAF la posibilidad de que sus tropas se impliquen o no en esta actividad que hasta ahora era competencia exclusiva de las fuerzas de seguridad afganas.

El nuevo giro en la estrategia afgana llega tras siete años de guerra abierta en los que las fuerzas internacionales no han conseguido acabar con la insurgencia, ni la insurgencia ha logrado su objetivo de acabar con la misión de apoyo al Gobierno afgano de la OTAN. Siete años en los que la producción de opio ha alcanzado las cifras más altas de la historia de Afganistán. Estas tablas sobre el papel son una auténtica derrota moral sobre el terreno, acentuada por datos como los recogidos por el último informe de Human Rights Watch que asegura que «el número de civiles muertos en Afganistán a causa de los bombardeos y ataques de las fuerzas internacionales se ha triplicado entre 2006 y 2007». La organización eleva a 500 el total de civiles fallecidos por los combates entre insurgentes y tropas extranjeras y afganas en lo que llevamos de 2008, de ellos 119 víctimas directas de las misiones OTAN. En este recuento no entrarían los treinta muertos del pasado 22 de agosto en un bombardeo americano en Azizabad. Tras informar de la muerte de siete civiles, finalmente el Pentágono tuvo que rectificar y elevar el número de fallecidos a treinta.

Petraeus deberá convencer a sus propios aliados de que esta guerra se puede ganar y que no es «una guerra invencible», tal y como su homólogo británico declaró abiertamente al diario The Times hace unos días. Una guerra cuyo frente es cada vez más amplio y que con los nueve bombardeos del último mes alcanza de lleno las áreas tribales de Pakistán.